Me imagino que tuvo un momento de pudor, de esos que a veces nos ganan a los blogguers y la borró, para preservar la salud mental de sus lectoras. Pero era una entrada muy bonita, con la que me sentía muy identificada. Sobre todo porque nunca había leído a nadie con tanta claridad lo que a mi me ha pasado y lo que le pasó también al señor Indigente Iletrado.
Me refiero a ese vicio que pocos admiten, a esa facilidad perniciosa y pertinaz, que no puede ser borrada de un plumazo... a eso que algunos consideran una ligereza de cascos y otros una condición propia del exceso de dopamina. Me refiero a la condición que populacheramente se conoce como "tener corazón de condominio".
Si, es cierto, señor Médico del Alma. Me he auto diagnosticado. No estoy enamorada, pero siempre me estoy enamorando.
¿Y cómo es eso?- preguntará usted, querido lector o lectora o incluso usted, mi Médico del Alma de cabecera...
Es que yo tengo un corazón muy grande y, habiendo tanto espacio en él, sería un desperdicio dejarlo despoblado.
No, no crea que lo mío es una ninfomanía, ni una de esas raras condiciones que se solventan con tener diversas parejas sexuales. Muy por el contrario, lo mío, lo mío, es el enamoramiento: todo ese proceso de las mariposas en el estómago, los mensajitos a media noche, las pláticas que no tienen sentido, ni razón de ser, los almuerzos en el parque, las dedicatorias en las portadas de los libros, los nombres escritos en la arena... soy una cursi, pues.
Lo cierto es que el enamoramiento dura más bien poco. Y los objetos amorosos tienden al desgaste. Y yo puedo enamorarme muchas veces de una misma persona, aunque no sé bien si ellos puedan enamorarse muchas veces de mí...
Pero ese no es el punto.
Lo que yo quería decir es que cuando tenía 16 años con cinco meses di la llave del Penthouse de mi corazón a un muchacho que escribía precioso y me dedicaba versos (que luego descubrí que no escribía él). Sin embargo, cuando decidí quitarle las llaves y cerrar por derribo el Penthouse, me di cuenta de que quizá debía demolerlo o dejarlo como cuarto de trebejos, porque esta hecho una desgracia...
Las paredes pintarrajeadas, los azulejos levantados, los pisos sacados a pico y pala... Bueno, ese espacio que tenía una vista insuperable al bosque de alvéolos estaba destruido... irremediablemente, creía yo.
El Penthouse, no debería decirlo yo, pero lo digo, es un sitio precioso, vale la pena instalarse allí, cuenta con todos los servicios y es un espacio muy grande. La garantía de privacidad del contrato asegura que no verá a ninguno de los otros inquilinos, pues tiene un elevador independiente y no hay que subir ninguna escalera...
La verdad me dan unas ganas tremendas de ponerlo de nuevo en renta, porque siento que tengo cosas por compartir.
Por otro lado, con tan mala experiencia, sigo pensando que debería conservar a mis inquilinos regulares (más de uno moroso, que viven con las cuentas vencidas o que sólo usan mi corazón de bodega o se van a refugiar allí cuando llueve).
A veces, también creo que debería dejar el asunto de los bienes raíces, porque ya estuvo suave. Me haré monja y donaré mi corazón a la caridad.
La verdad no sé que hacer. Si usted, doctor o cualquiera de mis amables lectores tiene una idea, puede compartirla conmigo.
D.