Buscando el significado

Ayer pasé la tarde leyendo sobre Hermenéutica. Fue bonito regresar a un texto académico, encontrar la línea discursiva. Encontrar las respuestas.

Todo parece indicar que el año que viene volveré a la escuela. Eso me entusiasma, pero a la vez me preocupa. Tantos años sin aprendizaje formal lo dejan a uno fuera de forma. El aparato crítico está oxidado y las dudas se aparecen a la vuelta de la esquina.

Me gusta la forma en que el texto explica Gadamer la necesidad ontológica de buscar el significado de las cosas. De interpretar. De saber. De ir más allá.

Buscar el significado es algo que nos une como seres humanos.

Quiero aprender. Quiero ver más allá. Quiero descubrir y recobrar el gozo de hacerlo.

D.

¿Cuántos caminos?

En 2003, cuando se lanzó el disco "Cuatro caminos" de Café Tacvba, me dedicaron la canción "Eres".

En ese entonces corrí a comprar el disco para poder escucharla.

La emoción al escuchar los primeros acordes de esa canción no pueden ser descritos con palabras... O tal vez sí: pensé que alguien había volcado todas mis esperanzas, mis deseos y mi sueños en una canción. Era simplemente perfecta.

En menos de 10 años las cosas cambiaron mucho. Ya no tengo 20 años, ni saldría corriendo a comprar un disco porque me dedican una canción.

Muchas cosas han cambiado.

Ahora creo que hay canciones muy bellas. Y algunas me serán dedicadas, otras no.

Ahora creo que el amor se crea día a día, palabra a palabra, hecho a hecho. Día a día. Y no puede ser contenido en una sola canción o en un sólo acto grandilocuente.

Ahora pienso más antes de salir corriendo. O salgo corriendo en cuanto pienso las cosas.

Ahora sé que el verdadero amor no se mide en octavas, ni en cuartas. Simplemente se refleja allí, cuando todo vibra a un mismo tiempo, produciendo esa música que lo envuelve todo.


Hoy escuché "El objeto antes llamado disco", el nuevo disco de Café Tacvba. Tuve ocasión de pensar en cada canción. No dedicaría ninguna.


No por ahora.

Ya no hay sólo cuatro caminos. Ahora hay una multitud de posibilidades girando.

D.

Calcetines a rayas

Tengo una amplia y hermosa colección de calcetines a rayas. Quizá mi interés en ellos comenzó en la temprana infancia, al ver la caricatura de los Muppets Baby, donde la única adulta tenía medias blancas con rayas verdes (o verdes con rayas blancas, difícil decisión, pues a simple vista las rayas eran equidistantes)

Mis primeras calcetas a rayas fueron moradas con negro. Una vez las llevé a la oficina, debajo de los pantalones de vestir y al platicar con una amiga... ¡Resultó que ella llevaba unas calcetas idénticas!

También tengo unas calcetas a rayas que parecen tener los colores de un helado napolitano. Me hacen pensar realmente en el postre y verlas tan sólo es un deleite. Las calcetas a rayas para mi son una forma divertida de librarme del frío...

Y si están pensando en que regalarme en el invierno que se acerca, tienen allí una sugerencia en el título.

D.

Tokio Blues, de Haruki Murakami

"3 suicidios. Me parece razonable para un escritor japones", me dijo Tomás y seguro puse un rostro extrañado, que no pude ver...

Lo cierto es que he leído poco a autores japoneses. Me gustaba y desconcertaba lo poco he leído de ellos.

Cuando leía mitos japoneses me parecía admirable e increíble su sentido del honor.

Poco a poco fui entendiendo que el duro papel que les asignaban a los individuos. Esa rigidez que llevaba a muchos al suicidio, como única opción.

He leído tres libros de Haruki Murakami. El primero fue Sputnik, mi amor. Después leí "Kafka en la orilla" y ahora que terminé "Tokio Blues" creo que es un japones muy occidental. Lo que le admira mucha gente en la literatura de Murakami es la cercanía que tiene con cosas que conocemos.

Una amiga acaba de regresar de Japón y aunque no pude platicar mucho con ella en la reunión que se hizo para darle la bienvenida, me quedó la sensación de que estar con una persona distinta: viajar realmente nos cambia. Nos vuelve más flexibles, abre nuestra mente.

Quizá eso me gustó de Tokio Blues... por otra parte, no le encontré los rizos de majestuosidad que le alaban tantos. Incluso me pareció que el final, era algo precipitado y hasta torpe. La misma sensación de incompletud que tuve con Sputnik, mi amor y Kafka en la orilla.

Los personajes femeninos del libro, mucho más interesantes que el protagonista, parecían bien perfilados, aunque la bruma que los envuelve en la base de su historia no se aclara nunca del todo.

Le daría 3 estrellitas y quizá el beneficio de la duda. Mucho menos de lo que le dan los críticos literarios, que posiblemente le otorguen un Premio Nobel en breve...

D.


El sino del escorpión.

De niña leía muchos cuentos. Cuando me acabé los cuentos de la biblioteca infantil, pasé a los de la biblioteca de los adultos. La verdad no me importaba mucho no poder entender todas las palabras o quedarme con algunas dudas. Finalmente las palabras eran recipientes para poner allí más contenidos. O completar historias.

Me gustaba ese sentido de "ya lo entenderé luego" que podía darle a casi todas las cosas. Así me pasó cuando leí "Los baños de Celeste" de Alejandro Aura y así me pasó con "Chac Mol", de Carlos Fuentes.

Así me pasó cuando leí "El sino del escorpión".

El sino del escorpión es un cuento de José Revueltas. Recuerdo que tras leerlo empecé a fijarme más en los oscuros rincones. En las paredes blancas. En los polvosos agujeros de la tierra y en las pedregosas hendiduras, llenas de misterio.

Los escorpiones me daban miedo, pero también me fascinaban. No recordaba haber visto ninguno (situación que se remedió alguna vez, en un herpetario), pero los atributos de este bicharrajo, me parecían terribles y a la vez, maravillosos.

Esa capacidad de defensa en un bello envoltorio reluciente, con ese vil y ponzoñoso estilete de la cola me parecía una obra de arte y un arma trágica. Luego, el halo de misterio con el que rodea Revueltas al bicho, me lo hacía aún más increíble.

La primera vez que maté un alacrán, mis amigos me dejaron pegarlo a la ventana con cera de campeche, como quien cuelga la cabeza de un rinoceronte sobre la chimenea: la presa, la bestia, el triunfo de la razón sobre la animalidad. Y aún así, poca alegría fue, porque la indigna forma de matarlo fue de un pisotón.

Alguna vez, una de esas astrólocas muy acertadas y sabias me dijo que mi alma gemela tendría que ser escorpión. De vez en cuando me acuerdo y les pregunto a los hombres que conozco por su signo zodiacal.

He conocido de casi todos los signos, menos escorpión. Supongo que el hombre escorpión espera entre unas piedras fresquitas, con miedo a salir a la luz de la luna, por miedo a mis pisadas, a mi risa o incluso a que entre mis manos lleve su muerte. ¿Cómo podría saber que lo que yo quiero es morir presa de su veneno? ¿Cómo podría saber que mi forma de amarlo sería dejarme congelar en su belleza?

Supongo que es también parte de su destino. Y del mío.

De esta forma sé que soy parte del Sino del escorpión.

D. 



Baúl de muñecas

Eventualmente los juguetes de la infancia se pierden. Se regalan. Se rompen. Se van.

Todos los juguetes: ese pequeño tigrecito que sirvió para hacer una función de circo, la tortuga de ojitos azules que pestañeba, el bebé que quedó sin cabello y adoptó por extensión el nombre de Pebbles...

Payasitos y cajas de música quedan olvidados. Pero por alguna razón, queda un baúl lleno con unas alevosas Barbies, que guardaron su status junto a sus zapatillas y sus vestidos de noche comprados en el tianguis: de a 3 por 10, güerita...

Y aún así, cada Barbie tenía su historia.

La primera Barbie "de piel" que recibí me la trajeron los reyes magos. Era una Barbie Safari y venía acompañada de un Koala. Su ropa oficial era un animal print de color rosa, imitando piel de leopardo en un tono bajo y otro más fuerte. Tenía ribetes similares a la gamuza y un sombrero. (Claro, no debemos olvidar el detalle del sombrero).

Mi flamante Barbie merecía un nombre único y diferencial, pero le puse simplemente Rosa.

Esto contrastaba con la primera muñeca en forma de Barbie que recibí., que se llamaba Adriana.

Adriana incluso tenía un empleo: era bailarina. Por ello se daba el lujo de usar los vestidos más exóticos y cortos del mundo.

También estaba Dulce, con su cara ingenua. Una pequeña muñeca en forma de Barbie que me regaló mi abuela: un largo vestido de imitación en seda rosa y luego atuendos de mezclilla eran casi su uniforme, como si fuera una escolar.

Ahora Rosa, Adriana y Dulce están en un baúl azul... algunas veces me entra nostalgia y me dan ganas de visitarlas o regalarlas incluso, para que otras niñas sigan jugando. Mi mamá tenía una de sus Barbies de la infancia. Se llamaba Barbara y usaba un vestido azul.

Y ella nunca la dejó ir.

D. 

Una mujer que caminaba sobre las vías

Se llevó a cabo la fiesta de fin de año de la oficina en la calle de Ferrocarril de Cuernavaca. La verdad yo no ubicaba mucho el rumbo, pero...