Citas malas

Me encanta ver esas personas que, con toda la inocencia del mundo escriben bajo el rubro de "Cita favorita": "En la playa con una persona que me guste..."

Esta entrada no habla de frases malas. Sino de citas. Ese difícil arte de reunirse con una persona con la intención de conocerla (muchas veces con fines románticos... aunque qué se yo, dice un amigo mío que el objetivo de una cita es coger y si uno puede coger sin cita de por medio, está eficientando el proceso)

Yo no sé de los procesos eficientes, pero si sé de citas malas.

Creo que a mi edad, si uno es soltera y en una gran ciudad, ya tuvo una buena dosis de citas buenas y malas.

Las peores citas son aquellas en las que el susodicho o la susodicha no aparece, aunque en ese caso nos referimos a un tema que debe ser objeto de otro análisis: el plantón.

Más allá de las veces que me han dejado plantada (les aseguro que han sido muchas) están los días en que las citas malas me han hecho considerar que no hay mejor amigo que un té caliente, unas pantuflas esponjosas y una ducha tibia.

¿De mis peores citas? Aquella en el que el tipo era Testigo de Jehová y en la que, además de no querer ir a ningún café o espacio cubierto, pasé cerca de una hora escuchando predicar/contar sobre las ventajas de su sistema ético/filosófico/moral. Al terminar la desangelada plática se despidió diciendo: "Me hubiera gustado que me contaras más de ti, eres muy callada". *Inserte cara de incredulidad acá*

Luego estuvo esa cita en la que el tipo pasó a recogerme en su auto y le gritaba a todos los conductores que eran unos "Nacos", mientras trataba de arreglar un asunto del trabajo. Tras salirse del cine para contestar el teléfono 3 veces, me dijo al terminar la película: ¿Te importa si te dejo aquí? Es que surgió algo y tengo que irme a Querétaro... No me importó. El tipo me había fastidiado desde antes de bajar del auto.

Claro, tampoco me he librado de darle muy malas citas a mis pretendientes... como aquella vez en que el chico estaba convencido de estar haciendo su mejor papel y le salgo con la novedad de que odiaba a los fanáticos del deporte y  que francamente me aburría...

Como balde de agua fría.

Alguna vez les contaré de mis mejores citas, espero que los responsables no andan por allí para ufanarse.

D.






Una galleta sin sentencia

Una serie de eventos desafortunados que quizá vendría al caso contar, pero que no contaré, me llevaron a comprar una galleta de la suerte.

La galleta no tenía sentencia.

Una galleta vacía.

Sin ese papelito blanco con sus dos frases simples en tinta azul.

La galleta había sido una estafa... pensé.

Pero luego, bajo una perspectiva más zen y contemplativa, quise extraerle una enseñanza a mi acto fallido.

Es cierto: la galleta no tenía papelito. ¿Pero no a veces el silencio es la respuesta?

¿No es cierto que a veces la inacción es la mejor posibilidad?

¿No ocurre que, algunas veces, simplemente debemos dejar que el tiempo transcurra?

En otras ocasiones debemos contemplar la situación. Verlo todo como si estuvieras afuera del problema, incluso como si no tuvieras nada de relación con este mundo y sus problemas. Como si fueras un extraterresetre que se acerca a lo desconocido.

¿Eso podría venir en una galleta?

Generalmente las galletas tienen frases como "Encontrarás la felicidad en un nuevo amor" o "Quédate con tu esposa"

Pero cuando realmente queremos labrar nuestra fortuna, somos nosotros los que debemos ponerle el contenido a nuestra hoja en blanco.

Es entonces cuando encontrar una galleta sin sentencia es el verdadero evento de buena suerte.

D.

De mis flirteos con el magisterio

Cuando era niña, como muchas niñas, supongo, me planteaba la posibilidad de ser maestra.

Claro, también quería ser recepcionista de un hotel, cantante, decoradora de interiores, extraterrestre, robot y ángel (según yo, extraterrestre, robot y/o ángel, ya era)

Pero la profesión que tenía más cerca era la de maestra. Porque mis papás eran maestros. Porque veía maestros todo el día. Porque enseñar se me hacía "fácil". Porque le veía sentido a esa labor de que todos tenemos algo que aprender y todos podemos darnos a la tarea de enseñar.

¿Qué se necesitaría?

Según yo, sólo se necesitaba una buena dosis de ánimo y paciencia.

Así que, sin más, cuando en la secundaria me preguntaban "¿Qué quieres ser cuando seas grande?" muchas veces respondí: "Maestra".

Hasta que un día un  chico me dijo: "¿Maestra? ¿No se te hace que das para MÁS?"

¿Dar para más? ¿Cómo? ¿A qué se refería? ¡Si ser maestro era lo mejor del mundo!

Creo que fue por esas épocas que me empecé a dar cuenta de que los maestros no recibían exactamente el reconocimiento social que yo creía, de los que me parecían totalmente merecedores en mi infancia.

Esos días del maestro, que tan emocionantes se me hacían con su repetición del bailecillo de día de las madres y alguna pieza oratoria improvisada eran apenas un menudo paliativo en una existencia que podía llegar a ser bastante ingrata.

Aunque en mi caso nunca puse apodos o fui grosera con los maestros, poco a poco se me fue develando una serie de inconvenientes de la profesión magisterial que mis padres habían callado de manera muy cuidadosa. O quizá (más probablemente) yo nunca había hecho caso de las menciones al salario, a la burocracia reinante en el sistema escolar, al competitivo mundo de favores y escaramuzas con los compañeros maestros, a la tos persistente que dejaba el gis al ser pasado docenas de cientos de veces al día por el pizarrón verde. (Sí, casi toda mi educación se plasmó en pizarrones verdes)

Para la prepa ya había llegado yo a la conclusión de que ser maestro era una tarea las más de las veces, pesada; si no es que bastante frustrante.... No sólo el salario parecía inequitativo para el manojo de responsabilidades y retos, sino que el desprestigio social de la profesión era cada día más claro: se esfumaba la línea divisoria de respeto que solía haber entre maestros y alumnos. A mis ojos, conforme se avanzaba en niveles educativos, menos posibilidades había imitar esas películas que tanto me conmovieron en mi infancia: "Al maestro con cariño", "La sociedad de los poetas muertos" y libros como "Corazón, diario de un niño".

No, esos eran puros cuentos.

Veía a mi padre quejarse del sistema de direcciones, subdirecciones, sectores y demás jerarquías... veía a mi madre corregir horas y horas de exámenes, trabajos y preparar clases.

Horas y horas restadas a su supuesto "descanso".

En la universidad, cuando me entusiasmó la idea de ser ayudante de profesor, probé en carne propia preparar la clase, regresar docenas de trabajos con faltas de ortografía y construcciones sintácticas incomprensibles.

¿Podría ser maestra, una vez dicho lo anterior?

Seguro sí. De hecho estoy casi segura de que volveré a las aulas en algún momento de mi vida. Hasta el momento me he escapado de la tarea de dar clases, aunque sé que, en cierto modo es cierto lo que concluí de niña, con mis primeras intuiciones: todos tenemos algo que aprender y todos tenemos algo que enseñar.

D.

Panteón Francés: el lugar de los ángeles de piedra

No hago públicas las razones por las que acabé el sábado por la tarde en el Panteón Francés... pero baste decir que nunca había estado allí (pese a las insistencias de un amigo, que aseguraba que quería saber la calle y avenida de mis parientes, para ir a tomar fotografías).

Lo cierto es que entiendo su insistencia... Seguro el lugar fotografía muy bien, ya que abundan los bonitos monumentos, las piezas curiosas y es un sitio hermoso de visitar, lleno de árboles y veredas. Además, al fijarse en las esquelas y las fechas, uno encuentra principios para historias increíbles.

Tan sólo los nombres son realmente evocativos y te hacen pensar en muchas historias: como aquella tumba en que descansan tres personas: una con un nombre y apellido francés y otras dos con nombres mexicanos y sólo el apellido. La madre francesa y los hijos ya mexicanos, descansando para siempre.

Las tumbas descuidadas provocan tristeza, mientras que los grandes monumentos o las "curiosidades" en piedra despiertan fascinación y asombro. En los sitios en dónde yacen niños, parece emanar un aire particular de nostalgia y pérdida, que abruma a todos. "Que pequeño", suele escucharse.

Y entre las tumbas, imágenes de ángeles y cristos emergen, lazos y toda clase de iconografía relacionada con la muerte.

Me aseguran que, con la finalidad de que el sitio no se llene de paseantes despreocupados y con cámaras, te piden que te identifiques al entrar, así que no estoy aconsejando visitarlo... sólo les comento que es realmente un lugar hermoso dentro de la ciudad y que me siento afortunada de poder llevar flores entre los ángeles.

D.


Corazón tan blanco: Javier Marías

Las palabras. Las palabras que se cuelan. Se cuelan en el alma. Lo inundan todo. Las palabras lo inundan todo. Se cuelan en el alma y abren huecos. Se cuelan en el corazón y lo van perforando, como perfora una gota constante la piedra.

Las palabras que taladran y que roen la tierra. Las palabras que abren surco y vereda, que se vuelven río y torrente. Las palabras que traen secretos que quizá no deberíamos escuchar, que no podemos parar, porque aunque podemos cerrar los párpados y dejar caer la oscuridad, no podemos cerrar los oídos y las palabras siguen labrando el camino del destino que nos tienen predibujadas.

Que blanca belleza es la ignorancia: el corazón tan blanco al que se refiere Shakespeare es la semilla que da origen a la novela "Corazón tan blanco".

Ya he leído de Marías "Mañana en la batalla piensa en mí", que también retoma un tema Shakspereano para contar una historia moderna de amor y desamor, pero sobre todo de los juegos de la mente, que el intelecto nos traza para llevarnos por historias de personajes con secretos...

Y es que un secreto deja de serlo cuando lo conoce más de una persona. ¿Cómo cambia nuestro destino por saber un secreto? ¿Qué secretos hemos guardado? ¿Es que podemos compartir todos nuestros secretos con alguien, realmente? ¿Qué peso transferimos a quien comparte un secreto?

El trabajo de Marías para conducirnos en la novela es maravilloso. Sus personajes están muy bien dibujados y las pequeñas historias secundarias hacen aún más disfrutable la historia.

Definitivamente entrará en mi Top 5 de libros de este año, se los recomiendo ampliamente. Cinco estrellitas.

D.


Barbara, semana de cine alemán en la Cineteca

Lo admito, me fui de pinta.

Pero es que, de vez en cuando, no hace mal dejar todo y largarse (¡Que maravilla!)

Y así, con la libertad por bandera, encontré a mis amigas de la universidad en las cercanías de la Cineteca, para recorrer la ya muy sobada calle de mayorazgo, llena de recuerdos encharcados y promesas de mejores cintas por ver.

Como llegamos muy temprano, elegimos al azar la cinta que nos acomodaba mejor, sin apenas fijarnos mucho en la breve sinópsis que ofrece la Cineteca en carpetas enmicadas.

"Barbara", un título tan ambiguo como prometedor (¡Que fascinante!) es una historia de amor en los tiempos en 1980, en la República Democrática de Alemania. La doctora Barbara es enviada a una pequeña población en la provincia debido a que su solicitud de dejar el país ha sido denegada, su tentativa de salir la lleva a ser puesta bajo vigilancia en un pequeño hospital a cargo de André Reiser, un doctor que también tiene su historia. (Acá hago una pausa para suspirar... que actor más guapo).

André tiene la orden de vigilar a Barbara, quien desde el principio se muestra recelosa ante sus acercamiento y es hosca ante cualquier intento de control; Barbara tiene sus esperanzas centradas en Jörg, su amante, que vive en Alemania Occidental, quien además de llevarle artículos de contrabando, está planeando la forma de permitirle escapar del país.

Sin embargo, las cosas empiezan a cambiar cuando Barbara conoce a Stella, una joven que es fugitiva de un centro de detención juvenil, que logra tocar las fibras más sensibles de Barbara y la pone a reconsiderar su situación en el hospital, como profesionista e incluso su relación con André. *Suspira de nuevo*  

Una historia dramática y conmovedora, que está muy bien dirigida y muestra el momento histórico en el que se desarrolla la trama, sin ser nunca burda o invasiva con el espectador. Me encantó y le pongo cinco estrellitas. 

Ficha

Película: Barbara. Dirección: Christian Petzold. País: AlemaniaAño: 2012.Duración: 105 min. Género: DramaInterpretación: Nina Hoss (Bárbara), Ronald Zehrfeld (André), Rainer Bock (Klauss), Christina Hecke (Dra. Schulze). Guion: Christian Petzold, con la colaboración de Harun Farocki.Producción: Florian Koerner von Gustorf. Música: Stefan Will. Fotografía:Hans Fromm. Montaje: Bettina Böhler. Diseño de producción: Kade Gruber. Vestuario:Anette Guther. Distribuidora: Golem


Una mujer que caminaba sobre las vías

Se llevó a cabo la fiesta de fin de año de la oficina en la calle de Ferrocarril de Cuernavaca. La verdad yo no ubicaba mucho el rumbo, pero...