Historia de una ida y una vuelta

Estuve en Punta Mita, Nayarit.

Y ayer, mientras pensaba en comentarles el viaje, me di cuenta de que había hecho este viaje para otros; como quien vive para otros y narra la experiencia pensando en cada paso a quien le contará tal y cual cosa.

Construí un castillo en la arena pensando en Saukey, en cómo me salvó la vida, quizá sin saberlo, en el momento en que tocaba fondo.

En las fotos que tomaban Ladahir y Nezumi, mientras intentaba reflejar lo más apropiadamente esas puestas de sol.

En las fotos de traje de baño que siempre parecen presumir las chicas guapas de mi TL, en una ejemplar competencia por ser la más guapa de Facebook.

Pensé en todos los viajes con mis padres, pensando en ser la mejor viajera, la más eficiente, la que mejor empaca, la que llega sin problemas a su destino.

Dediqué el viaje a tantas personas, que casi no quedó ni un espacio para mí.

Le dediqué las jornadas de trabajo a mi jefe, que me comisionó esta tarea con la mejor de las intenciones, deseando que me contactara con la fuente, aunque estuve muda casi todo el tiempo.


Cuando viajas descubres tanto de ti mismo: yo descubrí que estoy viviendo muchas de las cosas que vivo para otros y he dejado muy poquito para mí.

D.

Que tus palabras se vuelvan canto

Estuve repasando, en mi memoria, una lista de momentos que hacen mi vida pesada. Un montón de ataduras y recuerdos que a veces me estorban para seguir adelante.

Me he tirado este fin de semana en el pasto y he decidido cortar al menos una de las ataduras, con el correspondiente dolor en el alma.

¿Somos lo que llevamos a cuestas o a lo que renunciamos para poder lograr nuestras verdaderas metas?

Puedes tenerlo todo, pero debes renunciar a todo lo demás.

Este fin de semana me atreví un poquito, me perdí otro poco más. Conocí a gente nueva y me mojé en la lluvia. Escuché el ruido de la gente al correr. Me besó el sol.

Elevé mi voz, en forma de plegaria, para encontrar mi camino en el jardín de los senderos que se bifurcan.

2013 no ha sido el año más fácil de la vida, pero ha traído cosas buenas. Y estoy agradecida por cada una de ellas.

Aún no termina, claro está. Al menos me depara un viaje más, una decisión importante y un par de peleas que hay que luchar, aunque sus resultados no me favorezcan.

He retomado la costumbre de cantar, que había dejado un lado de lado, guardando un duelo.

Deseo que sus deseos, en este cierre de año, se vuelvan también un canto.

D.


Día laborable de Herta Müller

Las cinco y media de la mañana. Suena el despertador.
Me levanto, me quito el vestido, lo pongo sobre la almohada, me pongo el pijama, voy a la cocina, me meto en la bañera, cojo la toalla, me lavo la cara con ella, cojo el peine, me seco con él, cojo el cepillo de dientes. me peino con él, cojo la esponja del baño, me cepillo los dientes con ella. Luego voy al cuarto de baño, me como una rebanada de té y me bebo una taza de pan-
Me quito el reloj de pulsera y los anillos.
Me quito los zapatos.
Me dirijo a la escalera y abro la puerta del apartamento.
Cojo el ascensor del quinto piso hasta el primero.
Luego subo nueve peldaños y estoy en la calle.
En la tienda de ultramarinos me compro un periódico, luego camino hasta la parada del tranvía y me compro unos bollos, y al llegar al quiosco de periódicos me subo al tranvía.
Me bajo tres paradas antes de subir.
Le devuelvo el saludo al portero, que me saluda luego y piensa que otra vez es lunes y otra vez se ha acabado la semana.
Entro a la oficina, digo adiós, cuelgo mi chaqueta en el escritorio, me siento en el perchero y empiezo a trabajar. Trabajo ocho horas.

Nota: Es un pequeño regalo, de la deslumbrante Herta Müller. Del libro "En Tierras Bajas", editorial Siruela, 1984. Madrid, España.

Una mujer que caminaba sobre las vías

Se llevó a cabo la fiesta de fin de año de la oficina en la calle de Ferrocarril de Cuernavaca. La verdad yo no ubicaba mucho el rumbo, pero...