Entre céfiros y trinos

Hoy es día de la bandera.

Hace mucho no pensaba en esa fecha, después de mi época escolar los signos patrios dejaron de tener tanta importancia.

Apenas y me generaron un poco de risa cuando en aquella solemne ceremonia tuvieron que interrumpir el Himno nacional porque alguien descuidadamente dejó la versión extendida en un acti diplomático y los invitados se cansaron de cantar.

Se me escurrió alguna lagrimita cuando, frente a una medallista olímpica el recuento de sus emotivas justas le hizo tener un nudo en la garganta al tratar de describir lo que se siente que se siente ver elevarse tu bandera tras tantos años de preparación y esfuerzo.

En alguna ocasión platicaba con G. sobre el Himno nacional, tal bélico y xenófono, combativo y aguerrido, poco apto para tiempos de paz, pero muy entendible en su contexto.

G. me preguntaba que si no necesitaríamos un himno menos aguerrido, algun canto que nos hiciera llenarnos de amor, empatía y gozo.

La verdad la única razón por la que me acordé que era día de la bandera fue por la controversia que levantó el Toque de bandera en versión cumbia.

El Toque de bandera siempre fue de mis partes favoritas de la ceremonia de los lunes. Me gustaba entonar con fuerza "Se levanta en mástil mi bandera, como un sol entre céfiros y trinos..."

(No sabía que era un céfiro, pero la bandera elevandose al sol me llenaba de un calor especial el cuerpo. Ese día llevaba falda y zapatos blancos, generalmente el pelo en una coleta. Dientes lavados)

Yo me siento, contento, latir mi corazón.

Es mi bandera la enseña nacional: son estas notas su cántico marcial.

Y luego, la duda. ¿Debemos de por si amor vivir o morir?

Vivir, yo diría.

D.

La canción del té

Después del mes de enero, que me dejó triste por lo que cuento acá, febrero comenzó a mejorar poquito, con un par de invitaciones que llegaron del trabajo.

La primera me dio la oportunidad de tomar el sol el fin de semana del 14 de febrero, así que no tuve que pensar en dilemas románticos autoinventados.

Y luego llegó la invitación a conocer la Academia Mexicana del Té.

Como de costumbre llegué temprano y pude platicar un poco con los fundadores, quienes me contaron de su pasión por esta bebida.

Pero mientras hacían la presentación y tomaba nota del simbolismo de la ceremonia tradicional del té me di cuenta de algunas cosas que aplican bien para la vida.

1. La tetera: una misma tetera de barro va tomando la energía del té que contiene. Después de servir cerca de 5000 servicios de té, la tetera ha cambiado. Se debe usar un solo tipo de té por cada tetera, porque la energía del té se transfiere. Todo lo que nos toca deja un poco de su energía en nosotros, aunque apenas lo notemos.

2. El agua: el agua es la mayor parte de nuestra taza de té, así que debemos de elegirla con sabiduría. Un monje decía que sólo se puede usar el agua del rocío de la mañana para una taza de té perfecta. Hay que cuidar de dónde viene el agua y entender que el destino del agua es fluir, transferir la energía, no permanecer.

3. El té: cuenta la leyenda que el emperador que descubrió el té gustaba de conocer los efectos de distintas plantas en su cuerpo. Una mañana paseaba con su corte, probando aquí y allá plantas, algunas de las cuales eran incluso tóxicas. El emperador se comenzó a sentir mal y le pidió a su comitiva que se detuvieran para descansar y hervir un poco de agua. Entonces el viento arrojó las hojas de té al agua hirviendo y el monarca se percató de que esa bebida no sólo era buena, sino que le había curado los malestares por probar las otras hojas.

4. La oxidación: No todas las presentaciones de té son iguales, aunque provengan del mismo árbol. Hay té blanco, verde, amarillo, azul, rojo y negro. El color depende de la oxidación que presente y a menor oxidación se debe usar agua a menor temperatura para no perder las propiedades del té.

5. Las impurezas: Al servir la primera taza de té probablemente habrá impurezas, esto es natural. El té se va develando y va descubriendo sus secretos. La primera taza no es igual a la segunda taza, ni la segunda es igual a la tercera. Es como conocer a una persona, que va contándote quién es.

Cuando uno sirve el té eleva la tetera al nivel del corazón, el agua y el té también lo limpian. Esa tarde salí con una cancioncilla en los labios y un sabor fresco en la boca.

D.

Los ocho más odiados

No, esta no es una entrada sobre ex novios. (Luego haré una igualita, pero de ex novios)

Es sobre la película de Tarantino, que fui a ver el fin de semana y que me dejó un sabor de boca agridulce.

Primero porque tengo una clara desviación con las películas que tienen un giro detectivesco, estilo "Quién es el culpable" y esa deformación me impide ser muy objetiva.

Segundo porque desde que mi abuelo me puso "El bueno, el malo y el feo" en su casetera supe que tendría una relación de amor con las películas de Wester que afectaría el resto de mi vida.

Los ocho más odiados no es la excepción. Aunque es ridículamente larga la disfruté mucho. (Dura 174 minutos, así que más les vale que no tomen agua antes de verla o tendrán que ir corriendo al baño,  como yo lo hice).

La película está dividida en capítulos y cada uno de ellos tiene su título y su razón de ser. El primer capítulo narra el encuentro del Mayor Marquis Warren (Samuel L. Jackson) con una carreta en la que viaja Jhon Ruth, el Verdugo, un caza recompensas interpretado por Kurt Rusell que trata de transportar a la peligrosa Daisy Domergue (Jennifer Jason Leigh) a la ciudad más cercana, Red Rock.

Samuel L. Jackson intenta negociar su transportación porque se acerca una tormenta, a lo que "El Verdugo" acepta de mala gana; tras despojar a Jackson de sus armas se dirigen a buscar un refugio en la Mercería de Minnie: ya cerca de llegar encuentran al sheriff Chris Mannix, quien también solicita un lugar en el transporte para evitar la terrible nevada.

El conflicto se produce en la Mercería de Minnie, cuando los viajeros se encuentran con los otros cuatro personajes de la historia: Bob "El mexicano" (representado exageradamente por Demián Bichir), Oswaldo Mobray (el inglés Tim Roth); Joe Cage (Michael Madsen), un viajero de pocas palabras y el ex General Confederado, Sandy Smithers, interpretado por Bruce Dern.

Los conflictos raciales y las viejas rencillas producto de la guerra civil que enfrentó al país algunos años atrás van escalando y se convierten en los disparadores de la tensión en la trama. El diector juega con el personaje del narrador con una voz en off que después desaparece. Algunos diálogos son elocuentes, mientras que otros son absurdos y cansados.

Lleven buen abrigo, porque las escenas en exteriores provocan mucho frío (no tanto como en "El renacido" pero yo sí terminé frotandome las manos). Además hacia el final se pone muy Tarantino, así que pueden esperar muchos disparos, sangre y tributo a lo gore. Sin ser el mejor trabajo del director, definitivamente cumple el cometido de una visita al cine: entretenimiento y contar una historia con buenas actuaciones.

Finalmente, dejo una mención especial para la música, que está a cargo del brillante y talentoso Ennio Morricone. Si quieres hacer un Western más vale que te acerques al mejor y sin duda Morricone sabe lo suyo.

D.

Nuevo enfoque

Desde aquí todo se ve mucho más claro.

Me he sentado a pensar a la luz de la luna.

El campo se abre frente a mí, despejado.

Estoy estrenando lentes, también.

Después de cerca de 8 años de usar el mismo modelo he sucumbido a la tentación de usar los lentes de pasta que tanto repudiaba de niña.

El viento frío me pega en la cara e intento ver con claridad el contenido del último mes, esa montaña rusa de emociones en la que me subí porque ¡qué aburrido que esté todo bien!

Resulta que lo único que no estaba bien era yo.

Pero acá ando, tratando de analizar las veredas que me han traído hasta aquí.

(No pienses, pensar da cáncer, me repite Pedro, desde el exilio)




El viento de la noche gira en el cielo y canta.

Pronto podré cantar yo también. Lo puedo ver, ya cerca.

D.

Herrumbre

Siempre pienso en mis libros de la infancia.

Uno de los que más recuerdo es el de una escritora brasileña, que decía que cuando no dices lo que piensas se te forma herrumbre en el alma.

Allí andamos todos herrumbrosos y oxidados por la vida, con cosas por decir, que se quedaron en nuestra alma y nos van carcomiendo hasta los huesos.

Henrietta, la de la herrumbre violeta, fue la sabia niña que se percató de ello y le avisó a Raúl, el de la herrumbre azul que no debería de quedarse con nada: si creía que el chofer del autobús era un grosero y un abusivo que no dejaba subir a los pasajeros mayores, debía decirlo fuerte y claro.

Yo he estado aquí, pensando cómo decir lo que siento. Le doy vueltas. A veces si lo escribo, otras veces me quedo con palabras en el tintero.

Si yo te dijera lo que pienso.

Si tú supieras.

Pero quizá ni siquiera leas estas palabras, así que tengo tiempo para masticarlas.

La herrumbre tiene tiempo para meterse en mis huesos y ser mi nuevo tuétano.

Darina, la de la herrumbre cantarina...

A veces también el silencio canta, tiene un ulular de grillos y hojas secas. Es un pasto que rueda en una plaza abandonada, donde los niños dejaron de jugar y tienen un columpio que se mece solo, ligeramente.

Darina, la de la herrumbre cantarina.

Mi herrumbre quiere decirte tantas cosas que ya se puso a buscar canciones en Spotify y no encuentra una que lo abarque todo. Quizá deba de pagar el plan Premium para que deje de saltar mi corazón en random, en busca de una canción con tu nombre, apellido y dirección.

Me compré una lima. Sólo espero que no empiece a llover.

Quiero empezar a tallar el silencio, hasta que sea un montón de polvo seco que pueda soplar en un golpe de viento, en una canción.

D.

Una mujer que caminaba sobre las vías

Se llevó a cabo la fiesta de fin de año de la oficina en la calle de Ferrocarril de Cuernavaca. La verdad yo no ubicaba mucho el rumbo, pero...