Sororidad

La palabra se coló en mis orejas, se arrastró como un gusanito y tomó forma de signo de interrogación.

¿Sororidad?, no conozco ese pokemon.

O sí lo conozco, pero no sabía que se llamaba así.

"Solidaridad y concordia entre mujeres, que implica un reconocimiento mutuo, plural y colectivo"

Dice una definición corta.

En mi casa somos más mujeres. Desde pequeña tuve una gran cercanía con mi madre a quien considero una mujer valiente, inteligente y buena negociante. Sabía poner paz con diplomacia y elegancia. 

Luego entendí que muchas veces se quedaba con las ganas de decir cosas. Pero eso fue después.

La que nunca se quedaba con las ganas era mi hermana, de espíritu arrebatado y vivo. Hasta hace poco, que empecé a escucharla más noté que tenemos muchas cosas en común, pero en mi infancia fue el símbolo de "Aquello otro que no soy yo". ¿Y la sororidad? Bien, gracias.

Nunca fui muy sociable, pero mis amigos eran amigas. Me gustaban sus cabellos largos, su olor a shampoo y sus calcetines con adornos. Tampoco era como ellas, pero me gustaba que fueran femeninas. 

Lo femenino también me atraía, aunque no lo veía tan propio. Tuvieron que pasar años para reconciliarme con ello.

Pero tenía amigas. Las escuchaba, me escuchaban. A veces lloramos juntas, otras muchas veces nos reímos. Sobre todo nos apoyabamos. Creo que ninguna de mis amigas entendía bien a los hombres. Ellos, los otros.

Mi primera puesta en práctica de la solidaridad femenina funcionó para denunciar el abuso del que fui víctima en uno de mis primeros trabajos. Ya no me cuesta tanto hablar de eso, pero me daba vergüenza. ¿Una mujer tan fuerte que era víctima? ¿Por qué? ¿Por qué me dejé? 

Pero si encontré solidaridad en mis compañeras de trabajo, creo que pasé esa etapa oscura de mi vida y aprendí mucho sobre escuchar, dejarse cuidar, confiar en los otros y restauré un poco mi fe en las organizaciones femeninas.

Desde entonces he seguido trabajando con equipos de trabajo con mujeres en su mayoría y cada vez entiendo mejor las motivaciones que compartimos y las trampas mentales en las que caemos. 

Este año me llevó a darme cuenta que eso que ya había percibido como un vínculo tenía nombre, muchos nombres, en distintas lenguas. Que ya lo había vivido con mi hermana y que podía llamarlo por su nombre en inglés, en italiano o en español. 

Sororidad es un nombre sonoro, se hace bolita en una esquina de mi cerebro y se queda dormido, como un gatito. 

D. 

Dejar de correr

-¡Kimmi lo estropeó todo y Michael se ha puesto a perseguirla antes de responderme!
-¿Michael persigue a Kimmi?
-Sí.
-¿Y tú persigues a Michael?
-Si.
-¿Y a ti? ¿Quién te persigue? ¡NADIE! ¿Lo captas? ¡Ahí esta tu respuesta!
-¡No!
-¡Sí! 
La boda de mi mejor amigo (EU, 1997)

Escuchaba yo una edición más de un podcast. Era una edición especial dedicada al día de la mujer y sonaban solamente intérpretes femeninas.Entonces sonó una canción de Mon Laferte: "Tu falta de querer".

Al terminar la canción el conductor reflexionó un poco sobre la letra y los extremos a los que uno llega cuando uno quiere a alguien.
Es decir: cuando a pesar de que nadie está corriendo detrás de ti, tú sigues corriendo.

La reflexión me cayó como un balde de agua fría. Me quedé despierta casi toda la noche y me la pasé reflexionando en las veces en que seguí enganchada con alguien que no mostraba interés o mostraba una cortés indiferencia.

Y es que, como mi animal guía es una ardilla, eso de correr se me da muy bien y me entusiasma. Pero a veces hay que darse cuenta de que uno está jugando solo.

Supongo que si alguien está corriendo detrás de ti también es gratificante: te sientes deseado, eres cotizado. Pero deja de ser un juego y empieza a doler. 

¿Yo aún podría soportar tu tanta falta de querer? 

O mejor aún: debo dejar de correr.

(Por cierto, esta semana hubo contingencia ambiental y no hice nada de yoga. Me dediqué a revisar boletines informativos, a engordar con entrevistas mi grabadora roja y fui a cortarme el pelo el día de ayer. Incluso un par de días desperté sintiéndome bonita).

D.

Renuncia

Me encantan las flores. Amo que me regalen rosas.

También me gusta cuidar las plantas en sus macetas.

Desde la primaria aprendí a coser (y cantar) y puedo pasar mucho tiempo dedicada a zurcir calcetines, cocinar un pastel.

Le dedico amor y tiempo a la cocina. Me gusta ver mis pisos limpios.

Me gusta también el color rosa, pintarme las uñas, oler bonito; disfruto como cualquier chica de estrenar un vestido, tener zapatitos nuevos que combinen.

Podría renunciar a todo eso por un poco más de igualdad, por la posibilidad de caminar sin preocupaciones por la calle, sin pensar que me gritarán, violarán, secuestrarán, matarán.

Y no es que no me guste ser mujer, pero sé que muchas de estas preocupacione no existirían si fuera hombre. O existirían, pero en menor medida. (Como bien se ha visto, en este país la violencia no perdona género)

Este año empecé a escribir acá, es un proyecto para la difusión de temas de derechos humanos, libertades sexuales, mujeres en la ciencia, el arte y la ecología. Me gusta pensar que estoy contando un poco de las mujeres que no soy, pero que quizá un día alguien pueda llegar a ser.

Y cada día somos más las que no queremos vivir con miedo, aunque eso sea alejarnos del estereotipo de lo femenino y meternos en problemas con el mundo (Cada día llegan un montón de comentarios desalentadores a las redes sociales de la revista, en la que se nos acusa de feminazis, locas, alborotadoras, conspiradoras, quejumbrosas, ideáticas, frígidas, zorras y todos los adjetivos que se les ocurran en el espectro)

En Antes de Eva sobre todo abordo temas de inclusión tecnológica, derechos reproductivos e historias de mujres ilustres. Los invito a leerme allá, por los temas feministas que a todos deberían importarnos.

Porque no me rendiré ni presentaré mi renuncia como mujer, solo renunciaré a ver las cosas de manera pasiva, aunque esa renuncia también lleva un trabajo adicional.

¿Qué es ser mujer? Es ser una persona que se construye, crece, cambia y vive diario. Igual que ser un hombre lleva sus propias dudas, preguntas y miedos. Pero no dejaremos que esos miedos ahoguen nuestra voz ahora que hemos encontrado lugares donde reunirnos y hablar de todo, desde zurcir esos calcetines hasta lograr representatividad política, también pasando por todos los matices de vida pública y privada en los que tenemos derecho a opinar.

Por cierto: el día de ayer vino un representante del INE y me dijo que seré funcionaria de casilla en las próximas elecciones. Esa noticia me hace muy feliz.

D.

El (retorcido) placer de ser un Pretzel

No trates como Raja Bhujangasana (Cobra Real)
a quien te trata como Savasana (Cadáver).

Hace aproximadamente dos años comencé a practicar Yoga. Para quien me conoce sabrá que los deportes o la actividad física en general no son mi hit. De manera conciente empecé a preocuparme por hacer ejercicio a eso de los 16 años, pero nunca pude hacerlo de forma continua.

En la primaria y la secundaria escapaba de toda actividad física (me salía bien). En la prepa ya no pude escapar, pero nunca fui buena. Algo de lo más humillante que recuerdo fue la poca capacidad pulmonar que demostré cuando nos hicieron correr en las canchas de la escuela. Ese día me sentía morir.

No, correr no. Deportes organizados: no.  Probé los aerobics y aunque logré cierta sincronía con el grupo me ponía nerviosa ese entusiasmo por seguir el ritmo de la música, las evoluciones de la rutina, el tener que estar siempre feliz y entusiasmado mientras sudabas la gota gorda.

No.

Al comenzar a trabajar desarrollé una página para una escuela de natación a cambio de clases. Me gustaba el agua, era relajante. También me parecía un buen ejercicio. Demasiado social, eso sí: los carriles atestados, el vestidor lleno de niños, las señoras con toallas intercambiando recetas. 

Nadar está bien, pero no tengo una alberca propia.

Hasta que una navidad mi padre, quien acababa de hacerse fan del gimnasio recibió de mi parte un tapete de yoga para hacer sus ejercicios...

Una vez pasado su entusiasmo, el tapete de yoga fue olvidado junto a la maquina de ejercicio hasta que...

Yo me gané un teléfono en una rifa y una de las aplicaciones que me sugería como recién llegada era una de Yoga.

Me daba curiosidad desde hace mucho y ante la posibilidad de estirarme un poco en la comodidad de mi casa la bajé.

Desde entonces he aprendido mucho de mí misma, de mis límites de flexibilidad y fuerza, de mis posibilidades de doblarme, plegarme, estirarme, respirar y aguantar. También encuentro felicidad en completar las rutinas y aunque a la mitad de la sesión casi siempre me arrepiento (¿por qué habré puesto la de 59 minutos y no la de 17?) al final termino con una sonrisa en la cara.

No todo ha sido felicidad: el año pasado hice muy pocas sesiones, me deprimió mucho ver tan pocas casillas del calendario marcadas, pero este año empecé bien, muy motivada y me siento contenta de ver que la memoria muscular recuerda algunas de las asanas sin mucho esfuerzo.

Las mantengo y mi cuerpo se estira, se fortalece, mi respiración es fuego, se expande, llena el cuarto y se eleva. 

Yo soy una con mi cuerpo, mi mente se concentra en mantener la postura y mi espiritu descansa. Me siento armoniosa y libre. Es lo que esperaba del ejercicio, es lo que deseaba de una actividad que integrara cuerpo y mente. 

Termina el día y cada poro de mi cuerpo está despierto. Siento la alegría en mi corazón que late y regresa a la calma. Es un gozo que no requiere ser compartido, ni socializado; que no necesita ser colocado en un tablero o puesto en exhibición. 

Respiro. Termina el día y pongo punto final a mis actividades, queda marcado en el calendario que hoy tuve dominio sobre mí, el más difícil y el más importante.

D. 

Una mujer que caminaba sobre las vías

Se llevó a cabo la fiesta de fin de año de la oficina en la calle de Ferrocarril de Cuernavaca. La verdad yo no ubicaba mucho el rumbo, pero...