Abedules rijosos

Abedules rijosos y ríos cartesianos
Arbóres verbilocos
Trastabillan, traquetean, trompetean.

Azuletas paletas y frijoles tariman
en cartílagos arrebolados.
Africanos altos con felices fricativas
Friolentos en el solanteo volado.

Grises giran,
gozan los grajos,
gordos, grandes, dementes.

Azules, azucaradas golondrinas
Atan atolondradas trampas.
Por donde nadie se arrima.

II

Fracasa la masa
al no elevarse...
La espuma se pasa...
al tirarse sobre la mesa.

Poca paciencia a la magia y la ciencia:
tiene su reto la cocina.
Pimienta, sal y poca esperanza
de ser anfitriona sin trastabillas.

Llega la pizza a la mesa
y la fe en la cocinera se esfuma
La corteza es una sola pieza
cortarla se vuelve fantasía.

III

Arruga la nariz ante la sopa
y contiene la boca una sorpresa.

En mi lenguada piel mondas tu mirada
Refilimentando esquinas y bordes,
recrudeciendo el titiritar y el ronroneo
que surge de los entrevesos de mi cuerpo.

Veo el revés de este juego:
me condeno a perder, ya estaba escrito,
desde que cargaste de tinta tu voz.

IV

Arracada
Arcada
Hamaca
Azores
Apiñonada
Atardeceres
Alboradas

Miriada de palabras retintas y retontas
Acurrucadas en la esquina de mi voz.

V

Corazón coraza
Reptil cantante
Calambre, alambre, alambrado, arritmia, afinado.
Anoréxica amiga: amibas asesinas.

Críptica cirrosis
crisantemo cristalizado.
Karmático.

P. D. No, no me pegué en la cabeza. El sábado en el taller de poesía nos pidieron escribir algo y traté de pasarlo en "voz alta", para ver si había algo rescatable.



Fa

Uno arrastra el lápiz contra el papel, muy torpemente.
Se arremanga el corazón y la camisa.
Se escurre como una babosa, lentamente, dirigiendo su cuerpo hacia un campo de sal.
Es ese crepitar de la muerte que nos llama, como una hoguera, como un canto.

Es ese anhelo de no estar más allí, de desaparecernos.
Así: el rugido del vómito que se escapa de la garganta cuando estamos enfermos y todo dentro nuestro quiere volcarse, vaciarnos.
Así: como cuando en un estertor de furia el aire deja nuestros pulmones, también exhalando todo ese peso que es estar vivo, que es intentarlo, que es tratar tratar
tratar
tratar
fallar.

Fa.

Ya.

El tono de la canción ha sido escrito, entonces alguien, un hombre pelirrojo se precipita por los escalones del metro Polanco.

En la mano lleva dos rosas: una blanca y una colorada.

Al deslizar su cuerpo por los escalones toca una escala.

Nunca sabremos para quien eran las flores, solo sabemos que se precipita, que va pasando de lo agudo a lo grave, que se va hundiendo en el suelo de Polanco, hasta que toca lo más profundo que pueden tocar los hombres a pie.

Y su pelo rojo deja una estela vibrante.

Y sus rosas, la rosa blanca y la rosa colorada, no huelen a nada, porque ya están muertas.

Porque todo es falla y aunque él crea que son un signo del amor, también va acarreando la muerte en sus manos.

Quizá va a dejar esas rosas a una tumba.

Quizá las traen del cementario.

El metro Panteones está en la misma línea...

Pero supongo que nunca lo sabremos.

El vagón del metro huele a vómito y a humedad. El hombre pelirrojo entra.

Se cierra la puerta.

D.

Las innumerables citas

El otro día alguien me preguntó en Twitter por el número de primeras citas que he tenido.

Tuve que decir, con plena honestidad, que no las cuento.

Establecí una pregunta sencilla: ¿de verdad alguien las cuenta?

Y es que en una época en que la gente anda buscando el ideal de la felicidad, muchos sobrepasamos el número "normal" de citas.

Pero es que con todo lo que nos dicen que debemos buscar, ¿no se vuelve un deber social interminable eso de ir a citas?

La idea de que alguien "nos merece" o que "merecemos" a alguien nos hace buscar al comprador más idóneo y la oferta más deseable del mercado de citas.

Así como seguramente no recordamos las veces que hemos ido a buscar zapatos (véase mi entrada, El amor en tiempos del catálogo de zapatos) no recordamos el número de citas que hemos tenido.

Y aunque algunas de ellas han sido muy memorables, otras han sido de dignas del olvido.

La verdad no tengo ganas de citas, me gusta pensar que algunas preguntas puedan darse por sobre entendidas, que los pasos nos llevarán al lugar correcto, que las mariposas en la panza que están antes de la cita pueden darle lugar al gusto de ver un rostro conocido, que admiras, quieres y deseas.

Si fuera fácil pasar de la primera cita a las siguientes 25, tendría un número recordable de citas, pero no es así.

D.

Una mujer que caminaba sobre las vías

Se llevó a cabo la fiesta de fin de año de la oficina en la calle de Ferrocarril de Cuernavaca. La verdad yo no ubicaba mucho el rumbo, pero...