Entrevista ficticia

Esta es una entrevista ficticia que hice para mi taller de escrituras remotas.

Se ganan un Darinapunto si adivinan a quién le hice la entrevista. 

Para ti, ¿qué es ser escritora?

El ser y el escribir para mí son dos verbos inseparables; en cada respiro llevaba un deseo de decir; en cada pensamiento que tuve en vida se me borboteaba la boca de palabras. Eso a veces me causó problemas porque  las buenas mujercitas nos vemos más bonitas calladas, en alguna esquina. Nada, más que la muerte (un disparo de nieve, una luz cegadora) ha podido pararme. ¡Qué curioso! Una chispa que apaga un fuego. 

¿Cómo vives ser mujer?

Para mí la condición de mujer ha sido una inquietud constante, algo que atraviesa mi obra como podría atravesarlo una cicatriz que te marca el cuerpo, o una herida que no te mata, pero te duele al moverte. Es una condición de la que no puedo despojarme, aunque a veces, sumergida en la bañera, pienso… ¿Cómo sería todo sin esta condición de mi ser? En varios cuentos fantaseo que soy un ave, una planta, una piedra. Ser mujer a veces se sobrevive, más que vivirse. 

¿Qué has aprendido de México, más después de tu trayectoria como diplomática?

Yo amaba México; estar lejos de él me permitió entenderlo mejor. Hay quien me ha llamado incluso “indigenista”, yo no creo eso, pero lo que sé es que cuando vives en medio de tantas contradicciones, de tanta violencia y tantos abusos, al verlo desde lejos no puedes evitar contarlo. 

¿Cómo has vivido la experiencia de ser madre y su dicotomía con ser una mujer que trabaja?

Siempre fui muy crítica con todo lo que hacía. Así fuera poner una coma. Así fuera tirar la papilla de mi hijo y hacer un tiradero. He vivido esta etapa con la angustia de quien no sabe si eso es lo que quiere. ¿Ser madre, yo?, ¿para qué?, ¿es realmente que estoy vacía y por eso necesito a un hijo para llenarme? Esas cuestionamientos me han recorrido y también alguna vez los plasmé en palabras. Me he… digamos, ¿reconciliado? con esa parte, la maternal, ya más adelante, cuando Gabriel ha mostrado su personalidad: lo he reconocido como persona y ¡vaya! me ha caído bien. Pero es un proceso tremendo ser madre. Me ha dejado también con una herida abierta. Eso. Cicatrices, heridas, batallas. He luchado y mi obra es prueba. 

¿Qué consejo te gustaría darnos a las escritoras vivas?

Yo creo que no hay que tener miedo: no hay que detenerse aunque estés entre las sombras, a veces de esa oscuridad, de esa violencia, de ese pensamiento “que no quisieras que se supiera” es donde encontrarás tu voz; porque a veces la voz es esquiva y se quiere ir a esconder en un rincón, silenciosa, quieta. Pero yo perseguí mi voz por la selva, la fui a buscar a otro rincón del mundo, me puse en pie para defenderla, me levanté con ella en un grito. Y esa voz siempre debe salir a flote, pese a estar sumergida bajo el agua. Ese, ese sería mi consejo. 

Una mujer que caminaba sobre las vías

Se llevó a cabo la fiesta de fin de año de la oficina en la calle de Ferrocarril de Cuernavaca. La verdad yo no ubicaba mucho el rumbo, pero...