Sombras nada más

Posiblemente el futuro siempre lo asocie con las sombras.

Debía ser el frío de la noche que a veces nos juega pasadas: esa oscuridad interior que reflejamos, que aún no se reconcilia del todo con nosotros, que nos llena de miedo.

Pero, ¿qué es el miedo sino desconocimiento de nuestros propios demonios?

La simple certeza de que ni siquiera somos capaces de entender los universos que llevamos dentros.

Por eso las sombras son un terreno tan peligroso y tan atrayente, pues son el símbolo de todo lo que nos aterra y fascina, de los bordes y los lindes que incluso nos habitan y llevamos a cuestas siempre, pegados a los pies, cosidos con luz a cada borde de la piel.

Las sombras nunca han sido más poderosas que en los bordes blancos: lo que otros llaman claridad nosotros hemos de llamarlo un espacio para la manifestación de la sombra.

Y es que los cuentos que narramos con sombras tienen esa claridad, ese alto contraste que incluso los niños aprecian cuando nos piden que les dibujemos un conejito con las manos a contraluz.

¿Qué puedo decirte yo de las sombras?

Poco, quizá.

Después de todo suelo moverme en la claridad del marmol blanco, siempre en pasillos iluminados de manera estratégica para ser corporativamente correctos.

Alejarme de las sombras ha sido una tarea ardua... y poco fructífera.

Porque finalmente lo que tememos es un deseo intenso, que también bulle en nuestra sangre. ¿Qué caso tiene poner luces tenues, de neón, en focos ahorradores que recorren grandes pasillos?

En algún recoveco nos espera la sombra, esperando una ocasión para reirse de nosotros.

Y allí, con un hilo de seda, se quedará de nuevo pegada a la punta de nuestros dedos.



D.

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