Una mujer que caminaba sobre las vías

Se llevó a cabo la fiesta de fin de año de la oficina en la calle de Ferrocarril de Cuernavaca.

La verdad yo no ubicaba mucho el rumbo, pero en el taxi de regreso noté que sí caminé muchas veces por esa zona, hace más de una década. 

El que hubiera psado tantas cosas sin pensar en esa calle por años me hizo pensar en las muchas vidas que vivimos en una sola existencia. 

Puedo mirar de lejos a esa mujer que caminaba entre las vías y reconocerme otra.

Aún no acabo de descubrir que quiero ahora, pero sé que las cosas que me motivan y entusiasman son distintas, que mis miedos ya no son los mismos. Que las personas que me rodean han cambiado.

Este año fue retador, pero también tuvo muchas recompensas; la pasé bonito, me dejé consentir, trabajé mil. Las cosas se fueron dando como germina una plantita en las condiciones correctas, aunque no esté libre de adversidad. 

Fui al mar. Fui a museos. Conocí gente nueva. Perdoné. También he dejado ir y me ha dolido. Me enfermé de Covid y esas semanas fueron de mucha prueba. Desde acá veo la hierbabuena crecer. :) Ha sido un año de avanzar.

Miro la sombra de esa mujer que caminaba por las vías y le doy un saludo un poco triste, porque creo que en el fondo no sabía a dónde quería llegar.

Quizá yo tampoco, pero ya no estoy siguiendo la vía, estoy recorriendo mi propio camino. 

D.


Mar de lava

Jarari se desperezó y agitó sus filamentos. El brillo del sol tocó su faz y un estremecimiento terminó por despertarle. Estaba por comenzar el periodo de lluvias y Arath se había ido ya a las minas de berilio.

El periodo de lluvias era el más difícil para Jarari, pues nunca se había acostumbrado a la transición de su pareja de lluvia, Goroth.

Entre los Drups era muy normal tener una pareja para la sequía y otra para las lluvias, pero Goroth era hosco e irascible.

Jarari frecuentemente se imaginaba pasando los días de la recolección solo; sin que nadie le diera órdenes o se molestara por como hacía cada cosa.

También añoraba los días de sequía donde comía frutillas frente al mar de lava con Arath, remojando los filamentos hasta sentir el olor acre de la piel tostándose a altas temperaturas.

Los días de lluvia transcurrían lentos entre las costras de lava secándose con las tormentas y los pocos días de brizna buscando alimentos entre los matorrales.

Arath le enviaba petigrúas mensajeras, en donde le contaba de sus días en la mina y de las dificultades de extraer el berilio:

"El brillo de la mina en la noche me recuerda el brillo de tus aletas cuando paseamos frente a la luna de Finis, las barracas donde dormimos son húmedas como tus pozos y muchas veces he soñado que me sumerjo de nuevo en ti, que aleteamos juntos y que terminan las lluvias"

Los Drups verían mal que se alejara de Groth, porque el sistema de tríada había funcionado muy bien por años: las temporadas en las minas de berilio eran insoportables sin descansos.

Jarari mantenía las fogatas rituales encendidas, brindaba confort y compañía, pero poco podía hacer sobre la elección de sus compañeros.

Cuando Goroth llegaba casi nunca dejaba la zona de fogatas, salvo cuando era su turno de recolección; Goroth dormía todo el día o a veces le daba instrucciones muy precisas sobre su acoplamiento, que iban dirigidas solo al placer de Goroth. Aunque no solía ser violento algunas veces maltrataba un poco a Jarari, jalándo sus aletas o pellizcando sus ventrículos laterales.

Jarari se quejaba.

"Bah, una cosita de nada", gruñía Goroth y se volteaba a seguir durmiendo, tras terminar el acoplamiento.

A veces Jarari fantaseaba con que Goroth se tropezaba en el mar de lava. Quizá solo necesitaría un guijarro resbaloso y...

Se va poniendo la tercera luna. La posibilidad de ver a Arath todavía es lejana y el aleteo dentro de Jarari es un zor en vuelo.

Una introducción y un poema

 Creo que de lo primero que me animé a escribir fueron poemas.

Me gustaba la sonoridad del verso, su cercanía con la canción.


Lo sentía apropiado para mi boca, para mis dedos.

Con el tiempo le fui tomando distancia, me alejé, pero también le gané respeto.

Contrario a lo que dicen, "no cualquiera es poeta".

O quizá, pasa, que no cualquiera es poeta, pero un poeta puede venir de cualquier parte.


Esta vez volví a escribir poesía en el taller de Martha Mega, Palabra de Ladrón.

Es un poema corto, con un hallazgo que tuvimos en nuestra infancia.


Se los comparto.


Dientes


El frío me provocaba un cosquilleo.

Romper el mandato:

andar descalza.


La última tarea del día:

subir, bajar, circular

bajar, subir, circular


Levanté mi lengua hacia el paladar.

Sentí una descarga. 

La saliva parecía escaparse por los lados.

La humedad se colaba entre mis dientes.

Me acerqué al espejo.


Allí, en la base de mi lengua, 

dos pequeños agujeros supurantes.

Esa baba escurría de dos pequeños agujeros.

En el fondo de mí

una serpiente. 

D. 





Verano

 Era una ciudad en medio del desierto; había quien decía que solo había dos climas: calor extremo y frío extremo. La tarde que yo visité esa ciudad la temperatura congelante te invitaba a arroparte en el fondo de la chamarra, como si trajeras tu iglú a cuestas.

 Era una clínica pública. Allí nació un bebé prematuro. Sus padres al verlo sabían que tendría pocas probabilidades. Pero los médicos diagnosticaron: Ninguna. Lo declararon muerto. Su madre entró en labor de parto a los seis meses luego de pasar una semana internada, por amenaza de aborto. - Nació muerto - dijo el médico que lo sacó - ¡Pero yo lo vi moverse! - Gritaba la madre, presa del dolor - Son movimientos involuntarios- le explicaron- A veces pasa. No hay nada que hacer. ¿Una reacción posterior al deceso? El pequeño cadáver fue trasladado sin más dilatación a la morgue. La familia estaba devastada, la abuela del pequeño no paraba de llorar, pensando en todas las prendas que había tejido, para el gélido clima del desierto. Era el verano. Rondaban los pasillos como zombies, en espera de que les entregaran el cuerpo: pero el papeleo parecía interminable. Firme acá, firme esto, venga a esta otra ventanilla por un sello. Sus familiares ya habían firmado el acta de defunción: ¡era tan misterioso el camino de la muerte! Tan lleno de escollos. Pero los padres pidieron verlo una vez más... en la morgue, su abuela notó… ¡Aún respiraba! Pidió ayuda y los encargados del depósito verificaron el hecho: fue solicitado oxígeno y el equipo de resucitación. Cuatro horas pasó en la morgue, sin el calor de su madre, sin alimento. El bebé fue reportado estable. 23 semanas de gestación son pocas pero aun así podría llegar a ser viable. Todos los involucrados en el diagnóstico de: "Muerto al nacer" fueron citados a revisar su actuación. Las cosas podrían haberse quedado así: el bebé podría haber ido a la escuela, tener romances, una familia, morir años después... Pero el pequeño falleció en domingo: dos infartos fueron la causa de su muerte. En menos de una semana sus padres solicitaron su servicio funerario: los zapatos legendarios del aviso oportuno: “Se venden zapatos de bebé, nunca usados”. El día en que murió también fue el último día del director del hospital donde nació. Sin tener la oportunidad de aprender a jugar beisbol, de preferir el teatro o de visitar el Museo de Aves que hizo famosa a su ciudad. Tampoco pescó en la presa del Estado, ni fue a conocer las ciudades fronterizas donde los jóvenes de Saltillo se ponen a la moda. No se decantó por el rock pesado ni por el country. Todos esos mamelucos se quedaron guardados. Las cosas de su infancia yacen en cajones con olor a roble y naftalina. Su réquiem fue corto. Su ataúd fue blanco. Al menos seis expedientes amarillos se abrieron a raíz de su caso; su muerte fue un renglón rojo en la hoja que le daba el seguimiento al caso. El día en que murió era verano: el sol brillaba sobre la ciudad, como queriendo derretir las banquetas y evaporar todas las lágrimas de su familia. Pero su abuela no dejaba de escuchar el siseo de los pulmones aún con vida, queriendo reclamar la existencia como suya.

Rochelle

 El asesino silencioso espió a los guardias de la entrada del castillo Rochelle con los binoculares de mira telescópica. La misión era clara: asesinar a Hugo Rochelle y salir de la misión sin dejar testigos. Contaba con el apoyo de un francotirador, pero en la resguardada mansión una vez que cruzara la pared de piedra que resguardaba el castillo estaba prácticamente solo.

  Enfundado en las sombras se deslizó entre los arbustos del bosquecillo que rodeaban el Fuerte Nuevo para dar la instrucción y deshacerse con un tiro certero de los dos guardias de la entrada. En su arsenal el asesino silencioso llevaba una cuerda de violín para matar rápidamente; en el mejor de los escenarios Hugo Rochelle estaría solo y con un movimiento rápido quedaría sin vida. Pero ese no era su día de suerte.... Cuando el francotirador mató al guardia de la izquierda, el guardia de la derecha alcanzó a transmitir por radio un código de emergencia; el guardia de la torre localizó al asesino silencioso y él le disparó en un tiro muy arriesgado... pero que dio con certeza entre sus ojos. De allí en adelante todo fue en decadencia: los guardias que resguardaban el jardín y la entrada lateral se atrincheraron en una barricada de una carreta vieja que servía como matero; el asesino silencioso arrojó una granada fragmentaria que se llevó la vida de cinco guardias. Sus gritos quedaron silenciados pronto, pues cada uno tenía también una bala con su nombre. Aunque no era el plan original el asesino silencioso abrió la puerta de una patada y comenzó un incendio en la sala para atraer la atención a ese punto; no contaba con que el gato de la familia estuviera descansando en un mullido sillón y lanzó un alarido antes de salir con la cola en llamas, asustado. La dueña del gato, Madmoiselle Rochelle, acudió corriendo a la sala para ver que le pasaba a su minino. El asesino silencioso apuntó a su corazón y dejó un enorme boquete rojo donde antes había un estampado de estrellas. Tras haber pasado semanas estudiando el plano de la casa, el asesino silencioso sabía que Hugo Rochelle debía estar en el salón de fumar, en el costado este del castillo, subiendo las escaleras, segunda puerta. Pero mientras avanzaba por la escalera principal un guardespalda personal de Mister Rochelle intentó atacarlo. Con una zancadilla bien puesta el asesino silencioso lo hizo rodar por la escalera, sin tiempo para algo más disparó a su garganta, con tanto tino que la alfombra roja se volvió purpura de reyes. - ¡Qué es todo esto!- Gritó Madame Rochelle saliendo asustada de su salón de costura. -¡Hugo, explícame este enredo! Los gritos sonoros de Madame Rochelle alteraban los nervios de cualquiera, pero el asesino silencioso procedió a acercarse con tranquilidad a Madame Rochelle y cercenarle la garganta con una navaja pequeña y letal que parecía destinada a pelar manzanas. La sangre de Madame Rochelle cayó sobre su tejido en un innovadora mezcla de tye dye con estambre. Por el reguero de muertes que había dejado a su paso, el asesino silencioso decidió que la cuerda que guardaba en su bolsillo sería innnecesaria. Entró al salón fumador, donde encontró a Hugo Rochelle leyendo un libro con su pipa en la boca. - Querida, ¿ya está la cena?-Preguntó sin voltear. El asesino silencioso no contestó. Caminó con elegancia hasta el sillón y antes de que Hugo Rochelle dijera una palabra más cortó su estómago de tajo como si fuera una gran sonrisa roja. - ¡Sonríe! - Mencionó, antes de enviarle la foto a su cliente, para dar ese bochornoso asunto como concluído

Ella

 Ella disfruta de perderse en las selvas, nosotros viajamos para conocer las pirámides; ella busca rodearse de pájaros mientras nosotros encontramos bibliotecas y museos. Su libertad y alegría es contagiosa, a donde va hay una nube de amigos, risas y fiestas, que contrasta con el silencio conventual de la casa. Donde vivimos nosotros se siguen reglas, se cumplen fechas; ella va desarreglando todo, convirtiendo cada ocasión en un festejo.

 Cuando pone música hay un sobresalto, un desconcierto. Nosotros nos arrellanamos en cobijas y pantuflas, mientras ella corre libre como el viento con su perro negro, que brinca con ella entre el pasto crecido y trata de escapar, pues se parecen. Nosotros ponemos la cafetera, compramos café, prendemos las noticias. - ¿Ya regresó Susana de pasear a su perro? No ha regresado. Nosotros esperamos a que vuelva mientras el ronroneo del gato y la voz del noticiario nos entumece las ganas de salir a la mañana lluviosa, es otro día de rutina, mientras ella ya exploró veinte mundos en media hora. El mes de su cumpleaños ella festeja: zumba entre las casas de sus amigos y trae pastel de tres leches, de chocolate, de vainilla. Con decorados de chispas y con rellenos de durazno. Nosotros suspiramos por el mes de festejos y hacemos más café o compramos un vasito de leche para no empalagarnos. Es un mes de luces artificiales y muchas calorías. Al volver a la rutina se extraña, como quien se extraña la Navidad; solo es una vez al año, comentamos. Nosotros damos un suspiro hondo y ella extraña ser el centro de atención. Le hemos dicho muchas veces que siga estudiando, pero los asientos de los pupitres no parecen ser suficientes para retener su imaginación; esa sale volando a la primera provocación como una mariposa multicolor. Aunque nosotros apreciamos los títulos en las paredes y los certificados, ella parece más satisfecha de ir haciendo su camino con una seguridad y certeza que nos deja sorprendidos. Nosotros buscamos refugio en las costumbres, en las rutinas, mientras que ella un día aparece con unas maletas en la puerta anunciando que se va a la playa, que ha decidido explorar las montañas, que encontró un vuelo a la mitad del desierto y que quiere estudiar cactáceas. Volverá, claro, dentro de unas semanas, sudorosa y cansada, convencida de que siempre es mejor la próxima aventura que la última. Nosotros volveremos a suspirar. Siempre tendrá un puerto y nos aseguramos de que la cama esté mullida, que la mesa esté limpia, que haya un café que llevarse a la boca. Su perro no deja de dar vueltas, esperando su energía feliz y su libertad. Nosotros la extrañamos por sus chistes y sus anécdotas y ese extra de pastel que siempre pone al final de las comidas, cuando estamos ya satisfechos y nutridos, que haya un poco de azúcar de postre. Cuando era adolescente su ropa estaba rota y parecía haber sobrevivido a una pelea callejera, con el tiempo se ha ceñido más a las convenciones, pero aún se resiste cuando nosotros señalamos que algo ya debería ir al cajón de donaciones. Su estilo poco convencional es también un sino de los tiempos que nos permite saber de qué va la moda cuando perdemos la brújula del paso del tiempo.

Granada

 Eran los últimos días de agosto; Gabriela me dijo que tenía un árbol de granadas y que iba a preparar chiles en nogada.

 Los chiles en nogada eran propios de la temporada: un despliegue barroco de ingredientes que buscaban formar los colores de la bandera mexicana; además de lo verde del chile poblano incluían una salsa blanca de nuez y leche (la nogada) y semillas de granada. La casa de Gaby también era una especie de tributo a otros tiempos: las paredes de papel de flores y el arcón custodiado por ángeles de barro daba la sensación de un viaje entre siglos. Gabriela era la décima de 11 hijos y se había quedado al cuidado de sus padres. Los dos habían muerto en esa casa. Lo recordé, como un escalofrío, cuando pasé por la puerta principal de madera con un garigoleado que ya los carpinteros no saben hacer, por lo complicado. Me parecía que los segundos se alargaban por minutos, mientras respiraba el aire húmedo y denso de la casa. -¡Bienvenida!-Me dijo, cálida, Gabriela. – Invité a un par de amigos, espero que no te importe esperarlos. -- No, para nada. Esperemos. La casa de Gaby solo tenía un piso, pero de pronto empezamos a escuchar un ruido como de canicas resbalando por el techo, como si alguien hubiera empezado una partida secreta. - ¿Están tus sobrinos? - No, hace meses que no vienen, por la pandemia.—Gaby me miró asustada, como si hubiera visto un fantasma. -- ¿También escuchaste lo de las canicas? - Sí, lo escuché claro. - Ya me ha pasado varias veces, pero pensaba que eran ideas mías o quizá los vecinos. - Sí, quizá…. - ¿Te traigo un vaso de agua? - Claro. Te agradezco Gabriela me dejó sola en su sala. Los sillones eran excesivamente mullidos y me sentía tragada por esos muebles enormes. Escuché una risa de niños en la entrada. Tocaron la puerta. - ¡Creo que ya llegaron tus amigos, Gaby! Gaby dejó mi vaso de agua sobre la mesa y fue a abrirle a una pareja de amigos a los que también había invitado a comer. No venían con ningún niño. - Dany, te presento a mis amigos Mariel y Alejandro. - ¿No vieron a alguien en la calle? - No, estaba muy tranquila. ¡Vives en un vecindario precioso, Gaby!- Exclamó Alejandro, asombrado. Las casas de la calle eran todas coloridas e iluminadas: los acabados de la casa de Gabriela resaltaban por sus reminiscencias del pasado. - Ya está todo listo, si quieren pueden sentarse de una vez para que no se enfríe la comida. - ¿Ya no esperamos a nadie? - Un amigo mío, pero me dijo que llegaba un poco tarde, no hay problema de comenzar. Pasamos a la mesa y sonó el teléfono de Gaby. - ¡Pero calma, Manuel! No hables tan rápido que no te entiendo… ¿Cómo que has visto salir a una figura de un niño de la pared? ¿De qué hablas? Mientras Gabriela trataba de calmar a su amigo, quienes estábamos sentados en la mesa escuchamos el sonido de un vitrolero que se rompía desparramando cientos de canicas en el techo de su casa. - ¿Qué fue eso?- Preguntó Mariel, espantada. Se escuchaba todo muy claramente. - Parece el sonido de… canicas- Dijo Alejandro. Gabriela colgó - Mi amigo Manuel está afuera, pero dice que no quiere entrar porque vio a un niño salir de la pared de la casa y salir corriendo. ¿Me pueden acompañar a hablar con él? A lo mejor está en una crisis nerviosa, no sé si necesite ayuda. - Claro, te acompañamos- dijo Alejandro, levantándose de la mesa. Nuevamente se escucharon risas de niños en el patio… salimos rápidamente, estaba vacío. Gabriela abrió la puerta principal de su casa y vio estacionado el auto de Manuel, de color azul marino. El hombre se aferraba al volante y parecía seguir confundido. - Manuel, baja del auto y charlemos. - No voy a entrar a tu casa, Gabriela, solo quiero que sepas que sí vine, pero me da terror ese portón con ángeles. ¡Es escalofriante! - Estarás bien. ¿Necesitas una mano para bajar? Te ves débil. - Estoy bien, estoy bien. ¿Quieren subir? No podemos platicar en la calle. - Ni siquiera sé si cabemos todos- Sonrió Gabriela. ¿Hacemos un picnic fuera de casa? - ¡Oh! Es una gran idea- Aplaudió Mariel - ¡Podemos ayudarte a llevar todo! La puerta entrecerrada de la casa se cerró bruscamente. Risa de muchos niños se escuchó claramente, en el patio. Un viento frío sopló sobre la calle de Gabriela y ella gritó: - ¡Dejé las llaves adentro!

Una mujer que caminaba sobre las vías

Se llevó a cabo la fiesta de fin de año de la oficina en la calle de Ferrocarril de Cuernavaca. La verdad yo no ubicaba mucho el rumbo, pero...