Creo que de lo primero que me animé a escribir fueron poemas.
Me gustaba la sonoridad del verso, su cercanía con la canción.
Lo sentía apropiado para mi boca, para mis dedos.
Con el tiempo le fui tomando distancia, me alejé, pero también le gané respeto.
Contrario a lo que dicen, "no cualquiera es poeta".
O quizá, pasa, que no cualquiera es poeta, pero un poeta puede venir de cualquier parte.
Esta vez volví a escribir poesía en el taller de Martha Mega, Palabra de Ladrón.
Es un poema corto, con un hallazgo que tuvimos en nuestra infancia.
Se los comparto.
Dientes
El frío me provocaba un cosquilleo.
Romper el mandato:
andar descalza.
La última tarea del día:
subir, bajar, circular
bajar, subir, circular
Levanté mi lengua hacia el paladar.
Sentí una descarga.
La saliva parecía escaparse por los lados.
La humedad se colaba entre mis dientes.
Me acerqué al espejo.
Allí, en la base de mi lengua,
dos pequeños agujeros supurantes.
Esa baba escurría de dos pequeños agujeros.
En el fondo de mí
una serpiente.
D.
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