Verano

 Era una ciudad en medio del desierto; había quien decía que solo había dos climas: calor extremo y frío extremo. La tarde que yo visité esa ciudad la temperatura congelante te invitaba a arroparte en el fondo de la chamarra, como si trajeras tu iglú a cuestas.

 Era una clínica pública. Allí nació un bebé prematuro. Sus padres al verlo sabían que tendría pocas probabilidades. Pero los médicos diagnosticaron: Ninguna. Lo declararon muerto. Su madre entró en labor de parto a los seis meses luego de pasar una semana internada, por amenaza de aborto. - Nació muerto - dijo el médico que lo sacó - ¡Pero yo lo vi moverse! - Gritaba la madre, presa del dolor - Son movimientos involuntarios- le explicaron- A veces pasa. No hay nada que hacer. ¿Una reacción posterior al deceso? El pequeño cadáver fue trasladado sin más dilatación a la morgue. La familia estaba devastada, la abuela del pequeño no paraba de llorar, pensando en todas las prendas que había tejido, para el gélido clima del desierto. Era el verano. Rondaban los pasillos como zombies, en espera de que les entregaran el cuerpo: pero el papeleo parecía interminable. Firme acá, firme esto, venga a esta otra ventanilla por un sello. Sus familiares ya habían firmado el acta de defunción: ¡era tan misterioso el camino de la muerte! Tan lleno de escollos. Pero los padres pidieron verlo una vez más... en la morgue, su abuela notó… ¡Aún respiraba! Pidió ayuda y los encargados del depósito verificaron el hecho: fue solicitado oxígeno y el equipo de resucitación. Cuatro horas pasó en la morgue, sin el calor de su madre, sin alimento. El bebé fue reportado estable. 23 semanas de gestación son pocas pero aun así podría llegar a ser viable. Todos los involucrados en el diagnóstico de: "Muerto al nacer" fueron citados a revisar su actuación. Las cosas podrían haberse quedado así: el bebé podría haber ido a la escuela, tener romances, una familia, morir años después... Pero el pequeño falleció en domingo: dos infartos fueron la causa de su muerte. En menos de una semana sus padres solicitaron su servicio funerario: los zapatos legendarios del aviso oportuno: “Se venden zapatos de bebé, nunca usados”. El día en que murió también fue el último día del director del hospital donde nació. Sin tener la oportunidad de aprender a jugar beisbol, de preferir el teatro o de visitar el Museo de Aves que hizo famosa a su ciudad. Tampoco pescó en la presa del Estado, ni fue a conocer las ciudades fronterizas donde los jóvenes de Saltillo se ponen a la moda. No se decantó por el rock pesado ni por el country. Todos esos mamelucos se quedaron guardados. Las cosas de su infancia yacen en cajones con olor a roble y naftalina. Su réquiem fue corto. Su ataúd fue blanco. Al menos seis expedientes amarillos se abrieron a raíz de su caso; su muerte fue un renglón rojo en la hoja que le daba el seguimiento al caso. El día en que murió era verano: el sol brillaba sobre la ciudad, como queriendo derretir las banquetas y evaporar todas las lágrimas de su familia. Pero su abuela no dejaba de escuchar el siseo de los pulmones aún con vida, queriendo reclamar la existencia como suya.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Que interesante, me suena mucho a un lugar en donde e estado, excelente blogg, recién vengo leyendote.

Unknown dijo...

@Rmzac

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