De camino a casa de mi amigo D. iba pensando en las relaciones entre hombres y mujeres.
Yo crecí en un ambiente eminentemente femenino; mi mundo tenía todas las atribuciones que se le dan a las mujeres: la delicadeza, la amabilidad, la devoción por el servicio, el cuidado del otro, la suavidad, el temor, la belleza... cierto sometimiento a las cosas.
El mundo masculino, que llevaba al enfrentamiento, el desenfreno, el desorden, la exploración, la valentía, el arrojo, el atrevimiento, el descubrimiento, me quedaba algo lejos. Por eso, durante muchos años, viví creyendo que nunca podría tener amigos hombres.
Claro, la amistad femenina tiene algunas truculencias, pero también tiene momentos muy bonitos, donde cocinas pasteles, abrazas a tus amigas, lloras con ellas, les ayudas a cosas muy tontas como elegir un vestido en el que se sientan soñadas.
Las pláticas con amigos tienen otro sabor, de reto, de descubrir, de contrastar. Pero eso lo aprendí mucho después, cuando entendí que las relaciones de amistad entre hombres y mujeres suelen estar teñidas por la lucha de fuerzas y a menudo, teñidas de un reconocimiento o falta de reconocimiento del deseo.
Y es que el deseo se puede expresar en multiples formas... a veces como el deseo de apoderarse de aquello otro que el distinto tiene. Puede ser la admiración a cualquiera de sus atributos físicos, emocionales o intelectuales. Lo que el otro piensa, hace, siente.
Los hombres a veces son unos niñotes grandes, pero generalmente el conocer su pensamiento, que tiende a ser más abstracto y aterrizado, menos emocional y hormonal, más práctico y directo, enriquece mucho la visión divergente y a menudo torcida que tenemos las mujeres, que buscamos el camino más complicado para llegar a cualquier punto.
En aquello venía pensando en el parque cercano a casa de D., cuando un hombre de chamarra roja y gorra tocó a mi hombro:
- Disculpa, ¿no te conozco del gimnasio X?
- No, nunca he ido a ese gimnasio.
- Es que te vi pasar y quise preguntarte, porque de verdad te me haces tan conocida...
- Lo siento, no soy yo. Que tenga buen día.
- ¡Espera! Es que tenía que decirte que te vi y pensé que tenías unos ojos tan bonitos... ¿Podría darte mi teléfono?
Y entonces pensé que lo que mantiene la amistad no es sólo el deseo de conocer a la otra persona, sino que ese deseo tiene que ser mutuo, porque si no, el teléfono nunca sonará.
D.
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4 comentarios:
Más que "no sonar", creo que comunicaría por siempre...
Besos, Darina.
¿tan feo estaba el tipo? jejeje
Cuando el otro sólo tiene que decir "sí".
Chale u_u
Onminayas:
No creas, aún tengo el numero... Igual y llamo algún día.
B.
No, no era feo. Sólo me sorprendió.
No acostumbro llamarle a extraños en la calle.
Pequeña Saltamontes:
Sí y No, son palabras dificiles de decir.
Dependiendo del caso.
D.
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