Dos luceros

Gracias a la vida
que me ha dado tanto
me dio dos luceros
que cuando los abro
perfecto distingo lo negro del blanco
y en el alto cielo su fondo estrellado
y en las multitudes al hombre que amo

Violeta Parra

Ayer fui al optometrista, después de cerca de cinco años de no pararme por allí; el examen duró muchisimo: sentía que ninguno de los lentes que me probaban me ayudaba en lo más mínimo...

El resultado final fue que mi capacidad visual está muy disminuída, como consecuencia de años de descuido.

Siempre que canto esta canción de Violeta Parra, a la hora de bañarme, la única parte que me brinca un poco es la estrofa donde habla de la vista...

Porque nunca he podido distinguir el cielo estrellado sin usar lentes. Ni tampoco al hombre que amo, en ninguna multitud. De hecho, no puedo distinguir los letreros de los camiones, ni siquiera el rostro de las personas con las que convivo a diario.

En momentos así, siempre recuerdo ese poema del poeta Mario Benedetti, que nos dejó este año. Como un pequeñisimo homenaje postumo, se los comparto.

De "Trece hombres que miran"

HOMBRE QUE MIRA SIN SUS ANTEOJOS

En este instante el mundo es apenas
un vitral confuso
los colores se invaden unos a otros
y las fronteras entre cosa y cosa
entre tierra y cielo
entre árbol y pájaro
están deshilachadas e indecisas

el futuro es así un caleidoscopio de dudas
y al menor movimiento el lindo pronóstico
se vuelve mal agüero
los verdugos se agrandan hasta parecer
invencibles y sólidos
y para mí que no soy lázaro
la derrota oprime como un sudario

las buenas mujeres de esta vida
se yuxtaponen se solapan se entremezclan
la que apostó su corazón a quererme
con una fidelidad abrumadora
la que me marcó a fuego
en la cavernamparo de su sexo
la que fue cómplice de mi silencio
y comprendía como los ángeles
la que imprevistamente me dio una mano
en la sombra y después la otra mano
la que me rindió con un solo argumento de sus ojos
pero se replegó sincera en la amistad
la que descubrió en mí lo mejor de mí mismo
y linda y tierna y buena amó mi amor

los paisajes y las esquinas
los horizontes y las catedrales
que fui coleccionando
a través de los años y los engaños
se confunden en una guía de turismo presuntuoso
de fábula a narrar a los amigos
y en ese delirio de vanidades y nostalgias
es dificil saber qué es monasterio y qué blasfemia
qué es van gogh y qué arenques ahumados
qué es mosaico y qué agua sucia veneciana
qué es aconcagua y qué es callampa

también los prójimos se arraciman
crápulas y benditos
santos e indiferentes y traidores
e inscriben en mi infancia personal
tantas frustraciones y rencores
que no puedo distinguir claramente
la luna del río
ni la paja del grano

pero llega el momento en que uno recupera
al fin sus anteojos
y de inmediato el mundo adquiere
una tolerable nitidez

el futuro luce entonces arduo
pero también radiante

los verdugos se empequeñecen hasta
recuperar su condición de cucarachas
de todas las mujeres una de ellas
da un paso al frente
y se desprende de las otras
que sin embargo no se esfuman
de las ciudades viajadas surgen
con fervor y claridad
cuatro o cinco rostros decisivos
que casi nunca son grandilocuentes

cierta niña jugando con su perro
en una calle desierta de ginebra
un sabio negro de alabama que explicaba
por qué su piel era absolutamente blanca
ella fitzgerald cantando
ante una platea casi vacía
en un teatro malamuerte de florencia

y el guajiro de oriente
que dijo tener un portocarrero
y era una lata de galletitas
diseñada por el pintor

del racimo de prójimos puedo extraer
sin dificultades
una larga noche paterna una postrera charla
síntesis de vida
con la muerte rondando en el pasillo
el veterano que trasmitía
sin egoísmo y sin fruición
algunas de sus claves de sensible

el compañero que pensó largamente en la celda
y sufrió largamente en el cepo
y no delató a nadie
el hombre político que en un acto
de incalculable amor
dijo a un millón de pueblo la culpa es mía
y el pueblo empezó a susurrar fidel fidel
y el susurro se convirtió en ola clamorosa
que lo abrazó y lo sigue abrazando todavía
la gente la pura gente
la cojonuda gente a la orientala
que en la avenida gritó tiranos temblad
hasta que llegó al mismísimo
temblor del tirano
y la muchacha y el muchacho desconocidos
que se desprendieron un poco de sí mismos
para tender sus manos y decirme
adelante y valor

decididamente
no voy a perder más mis anteojos

por un imperdonable desenfoque
puede uno cometer gravísimos errores.


Mario Benedetti


D.











2 comentarios:

Marisolirais dijo...

Conozco perfectamente esa sensación de desolación que invade a las personas miopes una vez sin lentes. Justo por eso decidí que lo primero que haría cuando trabajara sería costearme la operación láser.
Algunas personas dijeron que sin lentes había perdido una parte de mi personalidad...pero igual la hubiera sacrificado voluntariamente por la dulzura de mirar un atardecer sumergida en el mar. Cosa que con lentes nunca pude hacer.Aún así, a veces los extraño.

salvia divinorum dijo...

Que bonito blog invita al regocijo muchas felicidades a la propíetaria

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