Volver al teatro

Curioso.

Cuando iba rumbo al trabajo, miraba las carteleras y me di cuenta de que la mayor parte de ellas eran anuncios de obras de teatro.

Para mi, el teatro siempre ha sido especial. Tiene un lugar en mi corazón desde que era niña y mis padres me llevaban a ver obras de esas en donde "los niños entran gratis, acompañados de sus padres".

Así llegué a emocionarme con ese ritual que va de la "Primera llamada, primera..." hasta el "Comenzamos".

No entendí hasta después los códigos como "rómpete una pierna", pero el estar en esas butacas numeradas me emocionaba.

Más tarde, los musicales llenaron mi vida y las películas quisieron usurpar el lugar de las obras de teatro... pero al escuchar una orquesta en vivo, sabes que estar en una sala de cine es una experiencia muy distinta a ver una obra.

Y es que como decía en una entrevista radiofónica Rosa María Bianchi, quien ahora está protagonizando "Buenas noches, mamá" en el Teatro Libanés, "el teatro exige más de ti, exige que estés allí; si vas al cine puedes levantarte, ir por unas palomitas y luego regresar y estar al pendiente de la trama. El teatro no..."

Para quienes no han estado en una obra de teatro se les hará una exageración... pero la presencia del público transmuta a los actores, al grado de que ninguna obra es igual a otra, por más que esté ensayada y todos los lugares sean ocupados.

Cuando me rebelé ante mis padres, el medio fue la Casa de cultura y la actividad la clase de Teatro del grupo "Salvador Novo". Ir de gira, prepararse tras bastidores o incluso compartir los nervios previos al "Tercera llamada", eran mi forma de canalizar esa energía nerviosa que recorría mi cuerpo adolescente, que era un tumulto de hormonas y descargas eléctricas sin ton ni son.

Hubo un guión para organizar mis pensamientos y hubo personas para recanalizar mis lágrimas. Nunca había llorado al leer un texto, pero haciendo teatro entendí que siempre puedes buscar en ti las emociones exactas que disparan el llanto o la risa.

El teatro te permite conocerte más, pues en el fingimiento está la posibilidad de empatía: de ese antifaz se desprenden cientos de verdades, que llegan a ti y te iluminan.

Hoy fui a comer con R. y de regreso nos encontramos un teatro:

- Hace años que no voy al teatro... creo que lo último que vi fue "El mercader de Venecia".

Si... también hace mucho que no voy al teatro. Debería volver.

D.

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