Más vale que no tengas que elegir entre el olvido y la memoria

Este fin de semana fue raro. En un momento pensé que estaría lleno de olvido, pero se fue llenando de memorias.

A veces quisiera que la lluvia me lavara los recuerdos, pero se me van acumulando como hollín en las chimeneas, como mugre bajo las uñas o como grasa en las caderas, lenta, perniciosa.

Cada vez más sangre seca sobre la piel, formando un óxido que se vuelve negro, que no sale con nada, que se ve bajo la luz azul de los policías y se detecta en la noche, brillando.

Así, mi piel en la noche se reinventa: para tu nombre. Afuera suena el viento, los pájaros, el temporal. La noche está llena de voces y gritos. Mi miedo se ahoga en una salada lluvia de sudores y así ha sido muerto el recuerdo de otros nombres, como si fuera la noche el mortero y esta sal se redujera al polvo que adereza mis piernas, mi boca, mi ombligo.

Viene el olvido a beber agua salada, como si de un ciego se tratara, bebiendo lo que le envenena.

Este olvido que se sacia del deseo muerto, de la nueva sed que se escurre por mi vientre.

¿Por qué nos toca elegir entre el olvido y la memoria?

¿Dónde está el bien y dónde está el mal?

D.

2 comentarios:

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