Mis canas no opinan lo mismo

- Yo que tú no haría eso...- La dulce voz me interrumpe en medio del pasillo del supermercado y volteo a ver a mi esposa, intentando descubrir por qué quiere intervenir en que me compre un tinte, si después de 30 años de casados parece que ya se dio por vencida en cosas como insistir que planche mis camisas.

-¿Qué dices, querida?
- Que si quieres tu desodorante el barra o en spray - Me repite.

Dejo la caja de tinte para canas en el estante y la dulce voz me dice:
-¡Bien hecho! ¿Ves? Yo siempre cuido de ti.
- ¿Se quería pintar el cabello? ¡Que ridículo! - Ahora la voz proviene de mi izquierda y es masculina y socarrona.
- Bueno, ya, déjalo. Quizá es una nueva crisis de la edad madura. ¿Recuerdas cuando empezó a leer las etiquetas?

Mi esposa sigue entretenida en la elección de talcos, desodorantes y otras cosas para el bien oler familiar, pero yo empiezo a asustarme de haber perdido la cabeza.

-¡Ya cálmate, Enrique, no quieres tener un colapso colosal en medio del súper!
- Sì, ¡que vergüenza! No podemos permitir eso...

Mi esposa se voltea y me pregunta:
- ¿Todavía hay pasta de dientes? - Con torpeza consulto la lista que llevo en el bolsillo. No está anotada.
- Vamos a casa, no me siento muy bien - Yola apresura el paso hacia las cajas, yo me paso la mano por el pelo y siento una vibración entre mis cabellos: al parecer mis canas se ríen.

***

Desde ese episodio en el supermercado mis canas no han parado de opinar: algunas veces de cosas importantes y otras de cosas muy dispares. Ya he probado arrancarlas una a una y hay un torrente de voces aterrorizadas. Luego he ido al peluquero y me he rapado de plano: empiezan a salir y escucho los lloros de bebés y luego de niños en el cuarto de juegos.

Lo peor, debo decir, es cuando están a la mitad de su vida, porque se vuelven rebeldes y se enredan entre ellas. Por eso he preferido dejarlas seguir su ciclo natural. Ya nada de pasar por el pasillo de tintes, que las pone mal, realmente las horroriza. 

Algunas veces, cuando doy clase, alguna cana me susurra que aún tengo pegue con las alumnas... Entonces destella sin yo notarlo y apenas atisbo una mirada o un parpadear en las chicas de la fila de adelante que me saca una sonrisa. Hasta allí llega, pues, pero me hace el día.

Lo peor, claro, es cuando me hacen enojar. Allí está siempre la eterna promesa: sacar una cana verde. Si las canas regulares ya me hacen rabiar con sus opiniones sobre todo lo que hago, desde dejar pasar a un peatón hasta votar por cuál o tal candidato... ¡No sé que diablos haría si tuviera una cana verde! ¿Tendría super poderes? ¿Me haría más fuerte?

Quizá es una cana que insistiría en que me hiciera vegano.

Pero yo con mis canas plateadas tengo suficientes problemas. 

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