Esclavos de lo que decimos

Esperaba yo al metrobus, con mi corta falda negra y temblando de frío, porque la noche se volvió más inclemente de lo que pensé al salir de casa.

Un conductor me lanzó un beso volado desde su auto y me hizo sonreír.

Pero a la chica que estaba junto a mi no le dio risa.

Más bien pareció que se soltaría a llorar de un momento a otro.

- ¡No puedo creer que el metrobus no pase! Hoy ha sido un día horrible: mi mochila nueva se rompió, la pila de mi Ipod se acabó, la profesora que me iba a dar mi asesoría sólo me dejó en el metrobus. ¡Y ni es casada! Podría haberme dado un raid a mi casa... ¡Ahora mis papás van a pensar que me fui con mi novio! ¡Y ni tiempo tuve de verlo! Además debía llegar a casa antes de las 10:00 y ve la hora que es... ¡Y encima te mandan un beso a ti y a mi no!

Me dio algo de risa. No pude decirle nada, era inapropiado. Y tampoco diré nada aquí, porque es cierto: sólo somo dueños de lo que callamos, pero nos volvemos esclavos de lo que decimos.

D.

3 comentarios:

Irene Bebop dijo...

jajjajaja
que buena anécdota XD

Juan dijo...

wiuuu ese pegue!!

Espaciolandesa dijo...

Me encantó tu última frase.

Y me pareció algo exagerada la reacción de la chica.

Habrá que mandarle un link a esta entrada ;)

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