Así como Mafalda odia la sopa y Garfield odia los lunes, M. odia los miércoles.
En su infancia M. recuerda que el miércoles era el día de educación física, así que ponían a correr a los críos como desquiciados o los torturaban con variadas rutinas militares, como intentar tocarse los dedos de los pies con los dedos de las manos sin doblar las rodillas...
Luego les daban un largo rato para jugar futbol, basquetbol, voleibol, para dejar en claro que M. no poseía ningún atributo de tipo físico y siempre quedaba de manifiesto su torpeza.
La maldición del miércoles parecía extenderse a otros variados ámbitos de la vida privada y pública de M. porque ese día había que lavar los trastes, era necesario visitar a la tía molesta o sucedían cosas impredecibles como que lloviera, sobre todo cuando M. planeaba salir a pasear.
Los miércoles fueron de educación física en la primaria, pero más tarde, el miércoles programaban las otras clases que M. no soportaba: fuera cálculo diferencial e integral o la clase de anatomía, sin importar el año, siempre había dosis doble el miércoles.
Todavía hoy M. se quedó sin dormir una buena parte de la noche, se quedó sin comer una buena parte de su comida y recordó, con una sonrisa beatífica, que tenía algo a que atribuirle toda esta cadena de sinsabores. Era miércoles.
Al menos había encontrado un culpable.
D.
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