Favor de llamar a recepción

Ericka vio el letrero "Se solicita recepcionista" en el primer hotel que visitó con Iván y le pareció una terrible coincidencia: realmente necesitaba el trabajo.

Mientras la entrevistaban para el puesto, en la anodina sala de espera, recordaba el decorado de las habitaciones, lo enredado de los corredores, el techo de tirol color salmón que observaba en silencio cuando Iván se había quedado dormido y sólo el golpeteo de la cortina contra la ventana interrumpía la paz del cuarto.

-... la privacidad de los clientes, sobre todo, es lo más valioso para nosotros - Decía el gerente, un hombre gordo y calvo que se veía bastante incómodo con la corbata, como si estuviera a punto de caer asfixiado por el calor a pesar de ser un día fresco.

- Lo entiendo a la perfección, señor Jímenez - Dijo Ericka poniendo la mejor de sus sonrisas - Me encargaré de que nadie sea perturbado en la tranquilidad de sus habitaciones...- Aseguró mientras cruzaba la pierna discretamente y asentía lentamente.

- Por otro lado, hay una serie de funciones que necesitamos que usted ejerza... - Mientras el señor Jímenez enumeraba los números del conmutador, Ericka pensaba en el temblor de sus piernas cuando Iván le dijo que ya estaba cansado de escapar de la mirada de las viejitas en los parques y del continuo acoso de la policía que amenazaba con llevárselos a la delegación cada vez que los sorprendían en flagrancia de un "5X", como llamaban los polís a los fajes...

Así que aquel martes Ericka metió en su bolso de mano un cepillo para el cabello, su estuche con maquillaje y encontró a Iván en el metro donde siempre se veían... Bajo el reloj.

- ¿Cuándo puede entrar en funciones, señorita Olvera?

- Mañana mismo... - El corazón de Ericka sufrió un sobresalto al pensar en volver a cruzar aquel vestíbulo todos los días, donde alguna vez se quedó mirando su imagen (el vestido recién planchado, los zapatos de tacón mediano, las medias ala de mosca, la sencilla coleta) reflejada en 360 grados hasta en los espejos del techo.

- Será un privilegio trabajar para usted, señor Jímenez - Dijo ella, tratando de mantenerle la mirada al gerente, que nuevamente detenía la vista en sus senos, a pesar de que ella no traía escote...

La mirada de Iván la llamó desde la recepción, donde una mujer invisible le tendió la llave. Ella no quería acercarse, miraba asustada todo, incluso el elevador le parecía una cárcel metálica a punto de engullirla... Pero la mano firme de Iván en su espalda la tranquilizó un poco, al tiempo de que la luz se encendía anunciando que su destino de ese día era el segundo piso.

Ahora tenía carro y en su primer día subió por las escaleras desde el sotano, donde estaba el estacionamiento, hasta la recepción. El cubículo era un estrecho y claustrofóbico adosamento de concreto que resultaba muy frío. Se arrellanó en su suéter en la espera de clientes.

Recordó con añoranza el calor que pegaba en la ventana del cuarto 210 y la sombra del cuerpo de Iván delineandose a contra luz al cerrar la cortina. Aspiró de nuevo el aroma a desinfectante floral que cubría las sábanas y que llegaba desde el armario de blancos. Era exactamente el mismo... Incluso las toallas con el logitipo de un escudo de armas, que pertenecía al hotel, se apilaban en estantes en la pared derecha de la recepción.

Llegaron los primeros clientes. Él era un hombre de unos treinta años, con un poco de sobrepeso, ligeramente máciliento... Al tenderle el dinero él se dio cuenta de que lo observaba y ella bajó la vista, haciendo como que se ocupaba en contar el cambio para darle.

Ella era de más edad, quizá cuartenta y algo. Llevaba mucho maquillaje y taconeaba molesta por la espera...

La espera. Ese silencio que se prolongaba por las paredes de los cuartos, que terminaba en explosiones de ruido y humedad, de calor y gozo. Toda clase de esperas.

Volvió a su mente el grito, la suplica, el silencio. Se preguntó si todos los días recordaría. El lugar estaba cerca de su casa, casi no tendría que caminar para ir al trabajo. Pero quizá sería insoportable pensar todos los días en...

Iván entró por la puerta. Llevaba del brazo una chica colgada, literalmente colgada, que se veía mucho más joven que Ericka. Ella evitó su mirada y él la trató como un fantasma gris que es atravesado sin ser notado.

- Una matrimonial, por favor.
- 170 pesos.

Ellos desaparecieron en el elevador y Ericka dejó de temblar. Después de todo era sólo un trabajo.

Supo entonces que sí, que podría seguir trabajando allí.

D.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Uy, no se que decir, y cundo eso pasa me enredo y termino diciendo pur pendejada, asi que mejro voy directo al grano: Genial. Punto.

Yareli dijo...

Mayra, corazón de melón, jajaja esos "x5"...me gustó el cuento, aunque creo que el nombre ericka no le va a la protagonista. Un gusto leerte, me gustó!

Darina Silver dijo...

Hola John Bauer...

Espero la próxima temporada de su blog, en la que seguro salvará al mundo de las salas de cine vacías y de los malos conciertos.

Sabe que también soy su fan.

Madmoiselle Yareli: ¿Que he de decirle? Sin usted, este cuento no sería el mismo...

Un abrazo.

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