Ella

 Ella disfruta de perderse en las selvas, nosotros viajamos para conocer las pirámides; ella busca rodearse de pájaros mientras nosotros encontramos bibliotecas y museos. Su libertad y alegría es contagiosa, a donde va hay una nube de amigos, risas y fiestas, que contrasta con el silencio conventual de la casa. Donde vivimos nosotros se siguen reglas, se cumplen fechas; ella va desarreglando todo, convirtiendo cada ocasión en un festejo.

 Cuando pone música hay un sobresalto, un desconcierto. Nosotros nos arrellanamos en cobijas y pantuflas, mientras ella corre libre como el viento con su perro negro, que brinca con ella entre el pasto crecido y trata de escapar, pues se parecen. Nosotros ponemos la cafetera, compramos café, prendemos las noticias. - ¿Ya regresó Susana de pasear a su perro? No ha regresado. Nosotros esperamos a que vuelva mientras el ronroneo del gato y la voz del noticiario nos entumece las ganas de salir a la mañana lluviosa, es otro día de rutina, mientras ella ya exploró veinte mundos en media hora. El mes de su cumpleaños ella festeja: zumba entre las casas de sus amigos y trae pastel de tres leches, de chocolate, de vainilla. Con decorados de chispas y con rellenos de durazno. Nosotros suspiramos por el mes de festejos y hacemos más café o compramos un vasito de leche para no empalagarnos. Es un mes de luces artificiales y muchas calorías. Al volver a la rutina se extraña, como quien se extraña la Navidad; solo es una vez al año, comentamos. Nosotros damos un suspiro hondo y ella extraña ser el centro de atención. Le hemos dicho muchas veces que siga estudiando, pero los asientos de los pupitres no parecen ser suficientes para retener su imaginación; esa sale volando a la primera provocación como una mariposa multicolor. Aunque nosotros apreciamos los títulos en las paredes y los certificados, ella parece más satisfecha de ir haciendo su camino con una seguridad y certeza que nos deja sorprendidos. Nosotros buscamos refugio en las costumbres, en las rutinas, mientras que ella un día aparece con unas maletas en la puerta anunciando que se va a la playa, que ha decidido explorar las montañas, que encontró un vuelo a la mitad del desierto y que quiere estudiar cactáceas. Volverá, claro, dentro de unas semanas, sudorosa y cansada, convencida de que siempre es mejor la próxima aventura que la última. Nosotros volveremos a suspirar. Siempre tendrá un puerto y nos aseguramos de que la cama esté mullida, que la mesa esté limpia, que haya un café que llevarse a la boca. Su perro no deja de dar vueltas, esperando su energía feliz y su libertad. Nosotros la extrañamos por sus chistes y sus anécdotas y ese extra de pastel que siempre pone al final de las comidas, cuando estamos ya satisfechos y nutridos, que haya un poco de azúcar de postre. Cuando era adolescente su ropa estaba rota y parecía haber sobrevivido a una pelea callejera, con el tiempo se ha ceñido más a las convenciones, pero aún se resiste cuando nosotros señalamos que algo ya debería ir al cajón de donaciones. Su estilo poco convencional es también un sino de los tiempos que nos permite saber de qué va la moda cuando perdemos la brújula del paso del tiempo.

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