Granada

 Eran los últimos días de agosto; Gabriela me dijo que tenía un árbol de granadas y que iba a preparar chiles en nogada.

 Los chiles en nogada eran propios de la temporada: un despliegue barroco de ingredientes que buscaban formar los colores de la bandera mexicana; además de lo verde del chile poblano incluían una salsa blanca de nuez y leche (la nogada) y semillas de granada. La casa de Gaby también era una especie de tributo a otros tiempos: las paredes de papel de flores y el arcón custodiado por ángeles de barro daba la sensación de un viaje entre siglos. Gabriela era la décima de 11 hijos y se había quedado al cuidado de sus padres. Los dos habían muerto en esa casa. Lo recordé, como un escalofrío, cuando pasé por la puerta principal de madera con un garigoleado que ya los carpinteros no saben hacer, por lo complicado. Me parecía que los segundos se alargaban por minutos, mientras respiraba el aire húmedo y denso de la casa. -¡Bienvenida!-Me dijo, cálida, Gabriela. – Invité a un par de amigos, espero que no te importe esperarlos. -- No, para nada. Esperemos. La casa de Gaby solo tenía un piso, pero de pronto empezamos a escuchar un ruido como de canicas resbalando por el techo, como si alguien hubiera empezado una partida secreta. - ¿Están tus sobrinos? - No, hace meses que no vienen, por la pandemia.—Gaby me miró asustada, como si hubiera visto un fantasma. -- ¿También escuchaste lo de las canicas? - Sí, lo escuché claro. - Ya me ha pasado varias veces, pero pensaba que eran ideas mías o quizá los vecinos. - Sí, quizá…. - ¿Te traigo un vaso de agua? - Claro. Te agradezco Gabriela me dejó sola en su sala. Los sillones eran excesivamente mullidos y me sentía tragada por esos muebles enormes. Escuché una risa de niños en la entrada. Tocaron la puerta. - ¡Creo que ya llegaron tus amigos, Gaby! Gaby dejó mi vaso de agua sobre la mesa y fue a abrirle a una pareja de amigos a los que también había invitado a comer. No venían con ningún niño. - Dany, te presento a mis amigos Mariel y Alejandro. - ¿No vieron a alguien en la calle? - No, estaba muy tranquila. ¡Vives en un vecindario precioso, Gaby!- Exclamó Alejandro, asombrado. Las casas de la calle eran todas coloridas e iluminadas: los acabados de la casa de Gabriela resaltaban por sus reminiscencias del pasado. - Ya está todo listo, si quieren pueden sentarse de una vez para que no se enfríe la comida. - ¿Ya no esperamos a nadie? - Un amigo mío, pero me dijo que llegaba un poco tarde, no hay problema de comenzar. Pasamos a la mesa y sonó el teléfono de Gaby. - ¡Pero calma, Manuel! No hables tan rápido que no te entiendo… ¿Cómo que has visto salir a una figura de un niño de la pared? ¿De qué hablas? Mientras Gabriela trataba de calmar a su amigo, quienes estábamos sentados en la mesa escuchamos el sonido de un vitrolero que se rompía desparramando cientos de canicas en el techo de su casa. - ¿Qué fue eso?- Preguntó Mariel, espantada. Se escuchaba todo muy claramente. - Parece el sonido de… canicas- Dijo Alejandro. Gabriela colgó - Mi amigo Manuel está afuera, pero dice que no quiere entrar porque vio a un niño salir de la pared de la casa y salir corriendo. ¿Me pueden acompañar a hablar con él? A lo mejor está en una crisis nerviosa, no sé si necesite ayuda. - Claro, te acompañamos- dijo Alejandro, levantándose de la mesa. Nuevamente se escucharon risas de niños en el patio… salimos rápidamente, estaba vacío. Gabriela abrió la puerta principal de su casa y vio estacionado el auto de Manuel, de color azul marino. El hombre se aferraba al volante y parecía seguir confundido. - Manuel, baja del auto y charlemos. - No voy a entrar a tu casa, Gabriela, solo quiero que sepas que sí vine, pero me da terror ese portón con ángeles. ¡Es escalofriante! - Estarás bien. ¿Necesitas una mano para bajar? Te ves débil. - Estoy bien, estoy bien. ¿Quieren subir? No podemos platicar en la calle. - Ni siquiera sé si cabemos todos- Sonrió Gabriela. ¿Hacemos un picnic fuera de casa? - ¡Oh! Es una gran idea- Aplaudió Mariel - ¡Podemos ayudarte a llevar todo! La puerta entrecerrada de la casa se cerró bruscamente. Risa de muchos niños se escuchó claramente, en el patio. Un viento frío sopló sobre la calle de Gabriela y ella gritó: - ¡Dejé las llaves adentro!

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