El otro día alguien me preguntó en Twitter por el número de primeras citas que he tenido.
Tuve que decir, con plena honestidad, que no las cuento.
Establecí una pregunta sencilla: ¿de verdad alguien las cuenta?
Y es que en una época en que la gente anda buscando el ideal de la felicidad, muchos sobrepasamos el número "normal" de citas.
Pero es que con todo lo que nos dicen que debemos buscar, ¿no se vuelve un deber social interminable eso de ir a citas?
La idea de que alguien "nos merece" o que "merecemos" a alguien nos hace buscar al comprador más idóneo y la oferta más deseable del mercado de citas.
Así como seguramente no recordamos las veces que hemos ido a buscar zapatos (véase mi entrada, El amor en tiempos del catálogo de zapatos) no recordamos el número de citas que hemos tenido.
Y aunque algunas de ellas han sido muy memorables, otras han sido de dignas del olvido.
La verdad no tengo ganas de citas, me gusta pensar que algunas preguntas puedan darse por sobre entendidas, que los pasos nos llevarán al lugar correcto, que las mariposas en la panza que están antes de la cita pueden darle lugar al gusto de ver un rostro conocido, que admiras, quieres y deseas.
Si fuera fácil pasar de la primera cita a las siguientes 25, tendría un número recordable de citas, pero no es así.
D.
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