Si se acaba el mundo, me voy a Mérida...





Recordaba el paseo Montejo lleno de luces, como en un cuadro surrealista... y el sabor frito de la masa de los panuchos. Pero muchas cosas las había olvidado. Como la música de trova subiendo por la piel y el baile cadencioso en una plaza.


México, de nuevo, sorprendiendome con lo que creía conocido, pero redescubro.


Y allí tienen ustedes que me encontré otra vez en el centro de Veracruz tomandome una cerveza a la salud de los que vendrán luego... porque tampoco puede ser uno tan díscolo y los que estuvieron antes ya fueron.


Anduve con mi lengua muy larga y mi falda muy corta entre las calles pobladas de textiles de colores y conchitas, madreperlas, corales y plástico bien tratado, para dar la facha de ser ambar.


Me metí a dos mil tiendas buscando un recuerdo que transmitiera mis parabienes a la gente que quiero... pero no les pude llevar el olor del mar en una botella, ni lo rasposo de la arena, ni tampoco el sabor del agua de jamaica con el calor agobiante.


Tampoco les traje plumas de flamenco, ni pececitos de agua fresca, ni ese desconcierto triste de los ocelotes enjaulados.


Pero pude llenar mis ojos de luces de feria.... Y les traje algunas.





D.

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