Su vestimenta era blanca, pero encima tenía una capa morada, que lo cubría casi por completo. Su voz era clara y llenaba con facilidad todo el recinto, logrando arropar a la amplia concurrencia.
En el discurso habló de la mortificación de la carne, del sacrificio, de la paz que viene con la ligereza del alma, de la ventaja de desligarnos de las ataduras.
Y sólo me libró de aquel ensueño la certeza del tintineo de la canastilla de limosnas, que contrario a lo que uno pensaría, era ostentosa, grande, ruidosa, imposible de ignorar.
La luz entraba suave y desvanecida, como entre celdills, como si estuvieramos en un panal gigantesco donde las abejas dejaban una gota de miel, cada una, libada, lista para ser consumida con avidez por aquellas moradas y grandes, zumbantes voces, que llamaban a la paz, al perdón y la reconciliación.
Es mentira que dude de dudar.
D.
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2 comentarios:
no entendí si es crisis o avidez de fé... quizá deba volver a creer, digo, a leer.
"estoy de vuelta, dijo un tipo que nunca fue a ninguna parte"
Médico:
Escuche la rola otra vez, se acuerda de mi en esa parte que dice... "no dijo nada y sonrío".
D.
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