La cabalgata del Búfalo de agua

Como a veces uno va de lo general a lo particular pasamos de preguntarnos el sentido de la vida a preguntar dónde vendían las chelas frías más cercanas.

Sugirió, no sin cierta ligereza, que podíamos beber en su casa: más barato, más tiempo, mejor. Así que me vi recorriendo media cuidad, cruzando avenidas enormes y vías de tren para llegar a su cuarto: intrincado laberinto en medio de una selva urbana de tubos y ladrillos gruesos.

La noche trajo las cervezas. Y la cerveza dejó entrar un aire frío. ¿Cómo se alivia el aire frío, si no es con algo de humo?

Él se ofreció a sacar su pipa y mirando la luna, me la tendió, invitandome a fumar.

¿Cómo se transforma una mujer en un Búfalo de agua? ¿Cómo se vuelve uno salvaje y manso a un tiempo? ¿Cómo termina uno metido en una cienaga lodoza?

Mi cuerpo transformado corría, se hundía, volvía a emerger. La selva urbana era un pastizal, ahora, un espacio donde los Búfalos retozaban, escudriñando el aire en busca de amenazas, preparados para correr.

Él también se convirtió en un Búfalo de agua, pero pronto tomó forma de minotauro y en dos pies, se dirigió en busca de la guitarra, donde, con la ventana aún abierta le cantó una canción triste al pueblo que no dejaba de ser un Búfalo de agua.

A la luz de la luna se convirtió el hombre y yo, de nuevo transfigurada en mujer, me escondí en las cobijas para no ver la luz del alba, que se coló en el cuarto volviendo todo de concreto.

Salí de la cama para encontrarme perdida, atravesando de nuevo vías de ferrocarril y media ciudad, con el secreto a cuestas, de saber que estabamos metidos en una ciénaga y sólo el poder de la música podía a veces liberarnos, transformarnos en hombres y mujeres, iluminar la noche oscura y sacarnos del lodazal.

D.

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