Me duelen las banqueta rotas.
Y el trotecillo de los oficinistas hacia el matadero.
Y las sonrisas falsas. Y las despedidas.
Y me dueles tú, cada día, constante.
Me duele la curva de tu sonrisa y el claxon apresurado de los autos.
Me duele el disco cerrado que iba a regalarte, que sólo gira sobre la punta de mi dedo.
Me duele el silencio, los destierros, la vida que voy construyendo con tu ausencia.
Me duele el tobillo izquierdo y la muñeca derecha.
Me duele el giro de los tornillos y el óxido en cada ventana rota.
Las flores que se cortan cada día y se marchitan en los puestos.
Y el agua de los charcos que se ensucia del polvo diario y la rutina.
Me duele el sabor amargo de esta medicina que es a prender a vivir con todo esto, que no cambia.
D.
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