Fa

Uno arrastra el lápiz contra el papel, muy torpemente.
Se arremanga el corazón y la camisa.
Se escurre como una babosa, lentamente, dirigiendo su cuerpo hacia un campo de sal.
Es ese crepitar de la muerte que nos llama, como una hoguera, como un canto.

Es ese anhelo de no estar más allí, de desaparecernos.
Así: el rugido del vómito que se escapa de la garganta cuando estamos enfermos y todo dentro nuestro quiere volcarse, vaciarnos.
Así: como cuando en un estertor de furia el aire deja nuestros pulmones, también exhalando todo ese peso que es estar vivo, que es intentarlo, que es tratar tratar
tratar
tratar
fallar.

Fa.

Ya.

El tono de la canción ha sido escrito, entonces alguien, un hombre pelirrojo se precipita por los escalones del metro Polanco.

En la mano lleva dos rosas: una blanca y una colorada.

Al deslizar su cuerpo por los escalones toca una escala.

Nunca sabremos para quien eran las flores, solo sabemos que se precipita, que va pasando de lo agudo a lo grave, que se va hundiendo en el suelo de Polanco, hasta que toca lo más profundo que pueden tocar los hombres a pie.

Y su pelo rojo deja una estela vibrante.

Y sus rosas, la rosa blanca y la rosa colorada, no huelen a nada, porque ya están muertas.

Porque todo es falla y aunque él crea que son un signo del amor, también va acarreando la muerte en sus manos.

Quizá va a dejar esas rosas a una tumba.

Quizá las traen del cementario.

El metro Panteones está en la misma línea...

Pero supongo que nunca lo sabremos.

El vagón del metro huele a vómito y a humedad. El hombre pelirrojo entra.

Se cierra la puerta.

D.

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