La rubia fulminante

Ustedes no están para saberlo, pero yo sí quisiera contarles, que el ataque de compras que sufrí el miércoles fue debido a una depresión pre - cumpleaños, conjugada con la certeza de que en más de un año no he escrito nada (Y ya ni que decir de algo que valga la pena) Nada.
Así que ayer, haciendo acopio de valor terminé un proyecto de cuento basado en una noticia que tenía botado desde principios del semestre... Y no salió gran cosa, pero me sentí un poquito mejor.
Allá va el triste caso de:
La rubia fulminante

Fue inteligible lo que le gritó desde lejos la rubia del número 22 a don Jorge, a quien nunca nadie le había preguntado el apellido. ¿Para qué? Si después de todo eran todos amigos, todos iguales, todos sin apellidos ni historias… Y sí que las había, pero las dejaban de lado un ratito.

¿Qué más daba si tenían hijos, nietos o queridas? Allí sólo eran unos pasos de baile, unos zapatos, un taconeo ágil en busca de no pisar al contrario… Y la seducción, ese arte de miradas que iba más allá de la carne arrugada y la polilla que iba cayendo entre los adoquines de la ciudadela. Al menos eso pensaba don Jorge.

Sonaban las últimas notas de “Que nadie sepa mi sufrir”, mientras la rubia se alejaba sin que don Jorge tuviera ánimo de ir tras de ella.

Algo le decía que ni siquiera su bastón podría ayudarle a alcanzar de nuevo a aquella mujer que iba echa una fiera. ¿La razón? Los celos, otra vez… los malditos celos.

Y todo porque en lugar de sacarla a bailar a ella, había sacado esta vez a la chaparrita cuerpo de uva que le había guiñado el ojo desde el baile anterior.

- Permíteme tantito, voy a ir a comprar agua. – Le había dicho la rubia 22 en cuanto se terminó una pieza de esas que bailaban siempre juntos.

No eran novios, ni amantes, ni siquiera amigos… No sabían la dirección ni el teléfono del otro. Algunas veces él se ofreció a acompañarla, pero ella siempre dijo que no y él no era tan terco. Sabía que podía ser casada. Quizá era viuda. No se sabía, realmente con las mujeres nunca se sabe.

Por eso se sorprendió que a ella se le desfigurara la cara en una mueca horrible cuando lo vio con la chaparrita cuerpo de uva del número 132. Como todas las recién llegadas la chaparrita tenía un número alto y poca agilidad… pero una bonita cintura. Seguro cuando era más joven había sido muy solicitada.

Ahora también tenía su gracia y Don Jorge no desaprovechó la oportunidad.

- ¿Me acompaña en esta pieza? – Le dijo, galante, tendiéndole una mano cuando empezó la música

No te asombres si te digo lo que fuiste
Un ingrato con mi pobre corazón
Porque el fuego de tus lindos ojos negros
Alumbraron el camino de otro amor…

Y pensar que te adoraba ciegamente…
Que a tu lado como nunca me sentí
Y por esas cosas raras de la vida…
sin el beso de tu boca yo me vi...


La tarde se iba nublando y la sonrisa de don Jorge se difuminó tras la canción, como si ese viento recio se la hubiera llevado junto con las hojas secas.

Se acordó de los momentos que había pasado con la Rubia 22, como cuando ganaron un concurso en un festival. Ella se quedó con el trofeo y él con sus números de la suerte. Ese día él la había invitado a comer unas tortas para festejar la victoria.

Se quitó el sombrero y se rascó la cabeza, alborotando los pocos pelitos que le quedaban. Sintió en la calva las primeras gotas de una lluvia incipiente.

- ¿Qué pasó, señor? ¿No me concede la otra? – Preguntó la chaparrita cuerpo de uva…
- No, ahorita no… ¿Es que qué cree…? Como ya empezó a llover, si llueve me encojo. Me voy a quedar aquí un ratito.

Don Jorge se recargó en un árbol y vio como se alejaba también la chaparrita cuerpo de uva mientras él tarareaba el final de la canción.

Amor de mis amores, vida mía,
¿qué me hiciste?
Que no puedo consolarme sin poderte contemplar…
Ya que pagaste mal mi cariño tan sincero…
Lo que conseguirás es que no te nombre nunca más…


Ni siquiera notó que los relámpagos de lejos se acercaron. Como en una cárcel eléctrica los bailadores fueron sitiados… y el primero en caer en combate fue Don Jorge, a quien encontraron bajo un arrayán con el pecho humeante, preso de la maldición de la rubia fulminante que al despedirse de él para siempre sólo pudo decirle desde la otra acera…

- ¡Mal rayo te parta!
D.

4 comentarios:

Yareli dijo...

Aló, oye a mí me encanta ver bailar a los viejitos danzón! Un díacon Xul quise acercarme a bailar con ellos allá, cerca de bucareli, pero no quiso =(. Mi mamá a veces de dice cuerpo de uva. Me agradó el cuento, me sacó una sonrisa, ya no voy a desear que los parta un rayo, aunque no sea rubia fulminante jeje. Un abrazo!

Indigente Iletrado dijo...

Uy.

Con las cosas que me han dicho desde el otro lado de la calle mis cenizas incluso estarían siendo orinadas por un perro.

Afortunadamente no todas tienen la buena ventura de la brujería.

D dijo...

Tengo suerte, yo no bailo.

Asi que creo que salgo del alcance de la rubia electrica.

Si, yo creo que "la palabra" tiene un peso cabron. Una vez me dijeron "eres un pendejo" y ya ve...desde aquel momento sigo siendo el mismo.

mynn r. dijo...

feliz mañana!!!
yeah.

un abrazo, espo.

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