Ya regué todos los árboles con mi rabia
y llené con mis lágrimas los mares,
veo ramificarse en las aguas del cristal la lluvia, mis pesares...
Ven, ríos de sangre,
ven, ríos de tinta.
Ven y dame la paz de la esmeralda verde
que repare mi carne encinta
yo, que sólo prené el cielo con mi tristeza,
yo, que sólo vine al mundo a parir tempestades.
Ya sé del dolor, de la venganza, del sueño, de la paz.
Sólo bajo el influjo luminoso del dolor he sentido la fuerza creadora...
del sentir como se parte el cerebro y el corazón para volverse letra:
coro del nacimiento de un gigante:
la pus de la herida explota y es entonces un río blanco,
magnificencia de lava hedionda y espumosa que arrastra todo a su paso.
El sol pinta el cielo de la noche con su manto rojizo.
Va descobijando la oscuridad en la que estamos sumidos, sin darnos cuenta.
Ya, no llores.
Ya. Es bastante.
Yo quería gritar su nombre a la noche, para que dejara de dolerme,
para que el sonido cubriera lo que siento. Vino en la herida, desinfectandolo.
El eco macizo de su piel de montaña rebota ahora en mis oídos.
Ayer fui una en su boca. Hoy no soy nada.
Me reinvento, nazco,
es el dolor en sí mismo lo que va naciendo.
Lo desvelo, lo cobijo, le hago sacar el aire... expulsa un erupto tibio...
Pero no se queda dormido, no distingue el día de la noche, como todo dolor neonato.
Suelta berridos, llora.
Es la cruz de mi alma, su nombre, el nombre.
Llámalo, llámalo tuyo. Sólo para que en la carne explote la verdad: dilo, nombralo,
ponle palabras, creale destino.
Este dolor neonato es tuyo y mío.
Jura para siempre, sólo para convencerte de que no es cierto.
O sólo ven, ven aquí, para que te corte las alas con esta espada de la verdad,
para que te inyecte curáre en las venas de ponzoña que traes a cuesta.
Todo se pudre, no hay recuerdo de nada, después de todo.
Toda la hiedra se pega en las bardas, se adiere a las piedras,
crece y perece, es cadáver verde donde pasean las lagartijas,
tendidas al sol...
Ellas creen que el frescor proviene de la vida
y que aquesto durará para siempre.
Pero nada, ni la vida, ni la muerte, duran para siempre.
Ni siquiera la calle Melancolía sigue derecho.
Ni hay faro que no se rompa
Ni templo que no sea profanado.
Nada hay eterno en esta tierra...
y yo, pagana, entregandome al dolor sagrado,
que lo recuento, haciendo mi ritual vouyerista,
voy sóla a la hoguera a ofrecer a mi hijo primogenito (mi dolor)
donde ya sé lo que me espera...
D. Silverstone
1. D. G.
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2 comentarios:
Chido tu blog. Te hago una invitación a que visites el ¡Aja Toro!
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