Así como en un rostro una marca de nacimiento, un lunar, una nariz chueca, o una cicatriz hace más interesante a una persona, las banquetas rotas cuentan una historia, de un movimiento telúrico, de una falla geográfica, de un ingeniero que se robaba los cambios... cosas así.
Justo hoy lo pensaba, cuando mis zapatos se pararon en una banqueta alta y se dejaron caer hacia un paredón de cemento. Las banquetas rotas tienen historias en las grietas.
Recuerdo que cuando vivía en una pequeña unidad del Infonavit, conocía a golpe de bicicleta cada grieta de la banqueta, cada desnivel, agujero y bache, cada parche en el cemento, cada grieta en donde florecían los dientes de león y los satélites rosados...
Ahora, que he memorizado en que esquina puedo detenerme a atarme los zapatos de camino al trabajo y que la ciudad me muestra su hermosa cara fracturada, como cicatrices en una mujer bella, ahora me he enamorado de las grietas de la banqueta, donde mi mirada se pierde para ir a buscar el centro de todas las cosas.
Cuando caminé por las calles de Sevilla, me di cuenta que sus banquetas también tienen grietas; las calles de Orlando, no las tienen... Las calles de Barcelona tampoco, pero las calles de Madrid sí.
He caminado por muchas banquetas, por alguna extraña razón (quizá por la misma razón por la que nunca he tenido un novio guapo en el sentido convencional de la palabra) me gustan las banquetas rotas.
D.
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1 comentario:
Yo tenía una fijación por las grietas.
Siempre trataba de pisarlas.
Aunque nunca las vi como evidencias de nada, quizá simplemente de los estragos del tiempo y del celoso cumplimiento de su deber.
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