A ella no le importaba. Si él hubiera subido más la navaja en su cuello o si incluso hubiera presionado hasta rasgar la piel... aún si hubiera empezado a gotear sangre, a ella le hubiera dado igual..
El dulzón olor a muerte sólo le recordaba que no hay historias felices del todo, pues si todo fuera felicidad, no sería necesario contar nada.
Pero ella sabía de eso, porque tenía mucho que contar...
Sin embargo, si él presionaba más la navaja, ya nadie contaría la historia...
Ella se sentía tentada... porque si él apretara más, podría ser como una de esas mujeres felices... una de esas mujeres felices que no tienen historia.
Confiaba en él. Sólo él podía convertirla en una mujer feliz.
D.
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