Faldas a la cintura y otras verdades incómodas

Me gusta mucho llevar falda, aunque eso me convierta en una figura anacrónica, que no aprovecha y disfruta de los beneficios que nos ha dado la modernización del vestido en Occidente. Ahora las mujeres podemos ponernos pantalones y ropa aún más masculina, cómoda y fácil de portar, que hace que las universidades sean coloridas casas de modas... pero sin tanta crinolina.

Ayer, para aprovechar un día soleado de otoño, de esos que luego no son tan abundantes, saqué a pasear a una de las faldas que suelo dejar en el armario por largas temporadas: una tela escocesa tableada que hace las veces de falda gracias a dos botones estratégicamente colocados.

Así que abotoné la tela y fui a darme la vuelta por la Facultad, pues al medio día tenía un taller de Creación Literaria... pero no sé cuando ocurrió el desperfecto: ¿habrá sido en los torniquetes del metro?, ¿cuando me eché la mochila a la espalda?, ¿en que giro del destino el vuelo de mi falda quedó a la altura de mi cintura, dejando ver toda mi ropa interior?

Lo curioso del caso es que no me di cuenta hasta casi llegar a la escuela. Así que allí andaba yo, por los caminos universitarios, volviendo pública mi ropa íntima, hasta que una buena samaritana me tocó en el hombro y me sugirió acomodarme la ropa.

Apenas y pude farfullar un "gracias" muy pequeñito y apocado, pero la chica que hizo su buena obra del día ya iba muy delante mientras yo lo decía, porque creo que a ella también le dio cierta pena tener que revelarme lo inapropiado de mi conducta exhibicionista (¿y si fuera yo una deliberada demostradora de bragas?).

Lo cierto es que navego por la vida con la bandera del desparpajo y el despiste, así que estos y otros asuntos bochornosos no me son tan ajenos... pero siempre que pasan cosas así me pongo a pensar en la psicología de las personas que se animan a decirte las cosas por su nombre.

Yo misma he titubeado ante personas que tienen el pelo echo un nido de pájaros, como si un gallo se levantara a saludar desde lo alto; mujeres con base del maquillaje notoriamente marcada, como de geisha; personas con traje sastre y la cascarilla de un frijol negro pegado al diente; engalanados amigos que llevan mal aliento o zapatos olorosos... y siempre es la misma disyuntiva. ¿Debería decirle?

Quizá el momento para decidir es una fracción de segundo, porque estos personajes no siempre pasean con la misma tranquilidad que lo hago yo, por el mundo. A lo mejor saben de su falta y simplemente no les importa... (Ya hay cada peinado raro, que quizá llevar un mechón de pelos alzado sea una distinción de la moda que no me ha sido notificada).

En el caso específico de las faldas a la cintura, creo que siempre son mujeres las que te avisan de esas cosas... quizá los hombres nunca te señalarían que tienes un botón extra desabrochado y se te alcanza a ver una brisna de encaje, pero alguna mujer observadora si podría hacerlo notar...

Ya que la buena samaritana de blusa azul a rayas se fue muy rápido, aprovecho de nuevo este espacio para agradecerle, así como le doy las gracias a todos los que me han dicho que tengo lápiz labial en los dientes o una media corrida...

D.

3 comentarios:

Onminayas dijo...

Yo hubiese agradecido dejarme aconsejar por aquella buena samaritana cuando paseé de pie mi bragueta abierta durante la media hora en que intentaba hacer comprender a cincuenta madres la importancia de las vacunaciones en los niños. Después de tanto tiempo, aún me pregunto si les quedaron claros los conceptos que expuse.

Besos, Darina.

PD: por cierto, les he echado algo de comer a tus peces, que los notaba famélicos y aburridos.

Mar dijo...

Una vez Memo le advirtió a un desconocido que tenía un poco de pasta de dientes bajo el labio. El tipo llevó sus dedos hasta el lugar señalado y con cara de hastío le dijo: "Esto... es un a-re-te". Juro que a lo lejos parecía pasta de dientes.

Por esa razón y por pena, no suelo advertir a los demás de sus fechorías estéticas a menos que se trate de mi familia o de un amigo cercano. Nada más. Del mismo modo que yo espero que sean mis amigos o familia quienes me avisen que mi bragueta ha descendido.

Una vez lo hizo un desconocido y fue muy incómodo. Si los amigos no sirven para eso ¿entonces para qué?

Darina Silver dijo...

Onminayas:

No sé como pude olvidar escribir sobre lo vergonzoso de las braguetas abiertas...

Es un clásico.

Mar:

Menos mal que el tipo no se puso violento. Suele ocurrir!

D.

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