Oaxaca

Cuando la palabrita Ixtepec se me metió en los ojos, se me quedó entre ceja y ceja... y le pregunté a mi mamá por el paradero de este lugar, como uno de esos tantos pueblos que se quedan en la memoria.

Y ella, que en su infinita sabiduría maternal ha caminado por este país lleno de dioses y demonios, me dijo que Ixtepec estaba en Oaxaca.

Y mientras imagino tus pasos caminando por la plaza, recuerdo mis andanzas en Huatulco y mis pasos en Puerto Escondido... y rememoro el sabor del chocolate de agua y el pan de huevo... Y pongo, por pura nostalgia Nayla...

Mientras te miro charlar con un hombre oaxaqueño, pongo la Sandunga, y miro rebozos, desde la comodidad tibiecita de mi cuarto...

¿Hará calor, hará frío?, ¿ a estas alturas de la noche dormirás o estarás despierto?, ¿te tomaste el mezcal un mezcal a mi salud o habrás olvidado con el alcohol todo, hasta tu nombre?

Mientras contemplo las fotos de la plaza, pienso en mis corredurías por Santa María del Tule y las carreteras de Oaxaca, curvas y curvas, que dejan ver pedacitos de un paraíso de sabores y tradiciones.

Recuerdo el naranjazo que me tocó en una fiesta que imitaba la guelaguetza y te imagino pelando una fruta, para hacerte el camino más alivianado...

Que ganas de comerse el mundo a gajos, de exprimirle el jugo a la vida, de recorrer los caminos que un día fueron del ferrocarril...

Me pregunto si habrás podido ver el manantial de Nizanda o si el trabajo te llevó a estar entre muros de adobe...

Creo que me he enfermado de nostalgia, contagiada por un aire de oaxaca que traías entre tus ropas.

D.

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