Cuando veía simulaciones de bondage con suaves listones de colores o con sogas elegantes pensaba en la dulce sumisión que vendría acompañada de ese sentimiento de estar a tu merced.
Luego, cuando tu mano cubrió mi boca y ahogó mis gritos hasta dejarme inconsciente, el juego dejó de ser divertido y se convirtió en una tortura.
Mis brazos nunca han sido tan débiles como aquel día, en que con una palanca dejaste mis muñecas a tu arbitrio y te apoderaste del control de la situación.
Quería morderte los labios en ese beso que me robaste, rápido y malvado, mientras me dirigías una mirada entre irónica y victoriosa, como si yo siempre hubiera dudado de tu capacidad de atarme para siempre a tu cama.
¿Qué puedo decir del silencio profundo que se apoderó de nosotros, denso, profundo, cómo un velo?
Debía ser que ya no había nada más que decirnos y la madrugada me encontró atada de pies y manos al olvido, a la madrugada, al adiós-para-siempre.
D.
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