Me gusta imaginar
que me engañaba cuando se despedía.
Cada pequeña despedida es un simulacro de la muerte, para irnos acostumbrando al vacío. A veces las despedidas son definitivas. Otras son temporales.
A veces las despedidas duelen. Otras veces uno apenas y nota que se trata de una despedida, hasta que el tiempo se ha acumulado de manera obvia, como esas capas de polvo que se cuelan imperceptiblemente y luego te impoden abrir la puerta.
Recuerdos. Recordar. Recordemos.
Y luego saber que ya no hay nada, más que esa despedida que tal vez no incluyó los te quiero necesarios. Que no tuvo "no te vayas", ni suplicas, ni llanto.
Algunas despedidas sólo son una puerta que se cierra.
Atrás deja uno silencio. Soledad. A veces queda el bullicio de una fiesta o cualquier ruido monótono, como el que hacen los radios cuando no encuentran la sintonía.
Las despedidas pueden tener música de fondo o llevarse a cabo en silencio, como rituales ancestrales que consisten en ir acallando todas las voces.
En los hospitales las despedidas se llevan a cabo entre sonidos de respiradores, con monitores que se van quedando en un sólo bip, monótono.
A mi me gusta imaginar que me engañabas cuando te despedías.
D.
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