Dicen que los asesinos siempre regresan a su escena del crimen. En particular, recuerdo las novelas detectivescas en donde se colocaba una trampa en la escena del crimen: sabiendo que el maleante regresaría, era más sencillo atraparlo.
Supongo que la memoria hace eso mismo con los lugares que usamos para amar. Nos colocamos de manera inconciente trampas y terminamos diciendole X a Y. Al caminar por algunos lugares ecos del pasado o incluso la voz o el aroma de alguien asaltan mis pensamientos. Si fuera una asesina sería muy fácil caer.
Estoy segura de que hay fantasmas de las relaciones pasadas rondando algunos parques y jardines de la ciudad. Más valdría hacer un exorcismo o esperar a que el huevo esté más barato para limpiar esa docena de recuerdos, de momentos, de risas, besos.
Y empezar a amar, sin escenas del crimen, sin corazones delatores palpitando entre las bancas de los jardines y en las copas de los árboles que se atreven a murmurar ayeres, a despertar mariposas dormidas en el estómago y revolver las hojas del diario.
D.
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