Oro

A mi papá nunca pareció interesarle mucho el futbol. Ningún otro deporte, de hecho. Así que mi infancia estuvo casi libre de futbol.

No fue sino hasta que inicié mi vida profesional que me tocó aprender algo, pues mis prácticas profesionales coincidieron con un mundial y me tocó leer mucho sobre las historias de los distintos países, sus hazañas deportivas en la cancha e incluso definir con cierta propiedad forzada un fuera de lugar.

Los partidos me siguen estresando, incluso en esa ocasión en que mi jefe, un pambolero declarado, nos reunía en la Sala de Juntas a ver el mundial de Sudáfrica en una mezcla de ritual de integración y gritos desaforados, con desayuno incluído.


Aún así no me siento una negada a entender de futbol, sólo que nunca estuvo en mis prioridades. No en el top diez y menos en el top cinco... simplemente es otra de esas que no me llamaba la atención, como tejer con agujas o mover el hula hop.

Hoy por la mañana me desperté temprano, como siempre. Me sorprendió lo pronto que dieron a conocer el primer gol de México... despertó mi curiosidad y vi un fragmento del partido, hasta que el estrés que me provoca ver la pelota avanzar de un lado a otro me hizo apagar la televisión.

No fue sino hasta que faltaban pocos minutos y el marcador parecía definivito que sentí contagiosa la emoción de todos mis amigos que hablaban de la medalla.

Oro, oro para México.

Escuchar el himno nacional en Inglaterra debe ser una gloria. Y al ver a los muchachos que ganaron, que podrían ser como los vecinos que tiene uno, como el chavo que te encuentras en el metro, como cualquier mexicano que le manda besos a la mamá, a la novia, a la abuelita y pide que saluden a sus amigos de la escuela...

Eso llena de felicidad, más allá de la afición que tiene uno a un partido, resulta emotivo, pese a todos los pesares que abruman a esta patria mía.

D. 



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