Historia de un café con leche

El café negro estaba nuevecito, recién hecho. Descansaba en el fondo de una tetera y se sentía excelente. Estaba en su mejor temperatura, se sabía amargo, fuerte, robusto y pensaba que nada en su vida podía ser mejor... Entonces, una mesera impertinente lo movió de su sitio. Agitó la cafetera...

¡Y allí va a parar el café al fondo de una taza blanca! Aún así, el café era orgulloso y se sentía bien... aunque sabía que se enfriaría un poquito... Pero de repente, cuando menos lo esperab... ¡Bam! Un chorro de leche fría. Eso hizo más humilde al café... Y luego me lo tomé.

Estaba realmente delicioso y me alegré de habermelo tomado con leche. Sólo era muy fuerte, pero suavizarlo un poco lo hizo mucho más  agradable.

A veces así siento mis días laborales: son como un café revitalizante, rico, me hace sentir bien, fuerte... Pero mis amigos y mi vida social son como ese chorrito de leche que necesito, que suaviza las cosas, que me hace aterrizar, poner los pies en el suelo, le da dulzor a mi existencia y aunque muchos dirían que con el café podría vivir, despertar, estar muy bien... sé que cuando veo a mis amigos todo cambia y vuelvo a ser más tibiecita, suavecita y dulce.

D.

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