Dejar el camino conocido

"Si tomas hacia la derecha encontrarás cosas buenas", me dijo. Entramos por un camino de terracería dentro del monte... Y de pronto nos encontramos en un campo verde, justo como el que estabamos buscando desde la mañana, en la cacería del árbol perfecto.
Yo he viajado muchas veces a Puebla, algunas veces por cuestiones académicas, otras para visitar, algunas veces nada más para ir a comer mole poblano. A veces voy sólo de paso...
Pero siempre voy por la carretera de cuota.
Esta vez regresamos por la libre, como en aquella película mexicana en donde dos chicos se van a Acapulco.
Esta bien, no me fui tan lejos... Pero desde el momento en que salí de la carretera de cuota empecé a ver todo con ojos distintos, cada nube, cada árbol e incluso cada rayo de sol que iluminaba el camino de regreso a casa.
Es curiosa la sensación de desorientación que te invade cuando dejas el camino conocido para explorar uno nuevo. Por un lado produce algo de vértigo, por otro la adrenalina se empieza a recomponer y te da una especie de renovada energía.
Cada población con sus nombres completos y cada perro flaco en el camino es una seña, como las migajas de pan que dejaban Hansel y Gretel. Se siente uno un poco detective y un poco reconquistador de cada nombre.
Porque nombrar los lugares por los que vas pasando es conquistarlos para tí, para una nueva tierra llamada "lo conozco". Es entonces la apropiación de tu territorio, la ampliación de tus límites y el reconfortante sabor de la aventura a tres pasos del viejo camino conocido.

D.

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