Afortunadamente sólo dos días a la semana entro a las 9:00 a la oficina.
Esos días uso el despertador.
El despertador es uno de esos inventos muy útiles que ha creado el hombre para odiarlo cordialmente y llegar a sus compromisos.
Yo lo programo quince minutos antes de la hora en que debo de levantarme, porque siempre lo apago y me recuerdo a mi misma: sólo tienes 15 minutos más para estar en la cama, aprovechalos.
A veces tomo esos quince minutos y hago algo inusual, como maquillarme o tomarme la molestia de hacer un omelette de champignones.
Otras veces me vuelvo a dormir (eso no siempre resulta bien, una vez me desperté de nuevo cinco minutos antes de la hora en que debía salir de casa)
A veces estoy despierta, tomando conciencia de los ruidos de afuera: si alguien entró al baño, si alguien ya está despierto preparando el desayuno.
Esos quince minutos son una oportunidad.
Son un regalo, cortesía de mi desesperado despertador.
Un momento antes de saltar a la realidad y hundirme en el día tomo aire.
Quince minutos de aire para todo el día.
D.
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3 comentarios:
Es clásico eso de los "cinco minutos" que terminan volviéndose media hora... o una :P
A veces los paso convenciéndome de levantarme.
Finalmente, me levanto con el tiempo justo para salir a la hora y las ocasiones en las que he estado a un pelo de que me deje el camión siempre me digo "Tienes que levantarte más temprano..."
Y al día siguiente, invariablemente me digo "cinco minutos más..."
No tengo remedio...
lindo final
champignones? oh la la!! jajaja
Je. Yo también hago eso. Pongo el despertador 8.20, y activo el snooze para levantarme 8.30. A veces no me vuelvo a dormir, pero aún así disfruto tanto de esos diez minutos debajo de las sábanas.
Lo malo es cuando vuelve a sonar el despertador y ya no lo oímos, y sí... terminamos abriendo los ojos a la hora en que ya deberíamos estar en camino al trabajo. Jo.
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