Fernando Vallejo y mi tarde en el centro histórico

"Si de las comunas la que más me gusta es la nororiental, de los presidentes de Colombia el que prefiero es Barco. Por sobre el terror unánime, cuando plumas y lenguas callaban y culos temblaban, le declaró la guerra al narcotráfico. (Él la declaró aunque la perdimos nosotros, pero bueno).

Por su lucidez, por su memoria, por su inteligencia y valor, vaya aquí este recuerdo. Pensando que todavía era ministro del presidente Valencia, que gobernó veintiantos años atrás, le expresaba lo siguiente al doctor Montoya, su secretario: ´Voy a aconsejar al presidente, en el próximo Consejo de Ministros, que le declare la guerra al narcotráfico´. Y el doctor Montoya, su memoria y conciencia, le corregía: ´El presidente es usted, doctor Barco, no hay otro´. ´Ah´ decía él, pensativo. ´Entonces vamos a declararsela´. ´Ya se la declaramos, presidente´. ´Entonces vamos a ganarla´. ´Ya la perdimos, presidente-le explicaba el otro- este país se jodió, se nos fue de las manos´. ´Ah´. Y eso era todo lo que decía. Después tornaba a su obnubilación, a las brumas de su desmemoria..."

Fernando Vallejo. La Virgen de los Sicaros
(Fragmento, donde Fernando habla de Virgilio Barco, presidente número 52 de Colombia, que murió el 20 de mayo de 1997, víctima de cáncer y del mal de la desmemoria, Alzhimer)
Ayer, por razones que no vienen al cuento, me ví obligada a ir al centro histórico de la ciudad de México. Ustedes no están para saberlo, pero de niña me daba terror ir al centro, casi me paralizaba de saber que tendríamos que pasar por allá, casi siempre prefería la opción "B" si me daban a elegir entre "A: ir al centro" o "B: planchar las camisas de la escuela... recoger la ropa... buscar tornillos en la caja de herramientas de papá".
Cualquier cosa menos la gente, menos el ruido, menos las calles desconocidas llenas de oscuridad, las vecindades misteriosas, el sonido de las imprentas, los vendedores en las calles...
Sin embargo ayer tomé por el eje Central, Lázaro Cardenas, e iba disfrutando de la sombrita, de los semáforos, de los ofrecimientos indecorosos (si, ya se sabe que se puede encontrar de todo en esas calles del señor).
Luego giré en Madero y caminé todavía por 16 de Septiembre, entre calles cerradas, como Gante y Motolinía... cafés, galerías, librerías, tiendas de decoración, joyerías, relojerías, opticas... Incluso probé algunos adelantos de la moda primavera verano.
Llegué al centro al filo de las seis, donde ya los soldados habían delimitado el perimetro para recoger la bandera. Enfrente de mí había una familia, donde los niños inquirían a su madre sobre la ceremonia. "¿Y quien va a recoger la bandera?, ¿Y que les pasa si se les cae?, ¿Y por qué no
debe tocar el suelo?, ¿Y cuantos días los arrestan si se empolva?"
El redoble de trompetas y el paso marcial de los soldados me pusieron a recordar aquellos tiempos de la escuela primaria... Hacía mucho que no asistía a una ceremonia civica. Mi brazo hizo el saludo, y esperé en mi lugar, hasta que los soldados retornaron al palacio Nacional.
Luego caminé por la calle de Moneda, hasta Academia y recordé aquella tarde en que descubrí el Río de la Plata, donde pasé una tarde lluviosa del mes de mayo comiendo palomitas.
Intenté reproducir el camino andado y pasé por otras cantinas famosas... El salón Madrid, por ejemplo, en la Plaza de Santo Domingo, famosa por las tertulias de estudiantes y profesores de medicina...
Algunas calles me provocaban miedo, de nuevo, un escozor de desconocimiento que ponía mis sentidos alerta.

Llegué al metro Allende y estuve en la disyuntiva: podía regresar a casa o podría seguir caminando a mis viejos rumbos, cerca de la esquina de la Información.
Salí a Bellas Artes, como quien avanza por un tunel de la oscuridad a la luz, quedé deslumbrada por el marmol, me hundí en las aguas verdosas de la Alameda, llena de turistas coreanos. Unos estudiantes próximos a graduarse utilizaban el hemiciclo a Juárez como escenografía de su foto de generación. Yo seguí caminando hasta cruzar la calle de Balderas y me sumergí en un café de la calle de Humboldt.
Allí esperé.
No sabía bien a bien que esperaba, porque a veces las esperas son para recordar. Recordé mi miedo y recordé el redoble de tambores. Recordé los relatos de mi abuelo sobre como los estudiantes de la UNAM se cambiaron del centro a Ciudad Universitaria. Recordé Aura y la primera vecindad que conocí por dentro.
Recordé mi primer viaje a la plaza de la computación y aquel delirio de equipos y luces de colores...
Recordé la bandera ondeando en el aire de primavera.
Intenté recordar, para no perderme en la bruma de la memoria y abrí mi libro de Fernando Vallejo, quien cambió el lugar de su residencia a México, no sé si por desmemoriado o por memorioso... O quizá porque aquí se siente como en casa.
D.

2 comentarios:

Believer dijo...

aah, ¡nada tan inspirador como un Sábado Distrito Federal!

Muy buena tu crónica, veo también que tu ortografía ha mejorado muchísimo! (por cierto, la bandera ondea... creo, jejeje)

Saludos May

Sigue escribiendo tan bien como siempre

J.

Darina Silver dijo...

Beliver:

Gracias por la observación, ya lo corregí.

D.

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Se llevó a cabo la fiesta de fin de año de la oficina en la calle de Ferrocarril de Cuernavaca. La verdad yo no ubicaba mucho el rumbo, pero...