Pie pequeño, pie grande

Mi pie es pequeño. Proporcional al resto de mi cuerpo, claro está. Generalmente mi pie en unas botitas o en cualquier artefacto de esos que evitan que uno toque la superficie del suelo (zapatos, les dicen) se ve como una curiosidad...

Pero el lunes di un muy mal paso saliendo del restaurante donde comí y, tras quejarme con mi compañera de trabajo, emprendí la penosa marcha de regreso a la oficina.

El problema no fue allí, sino a eso de las ocho, cuando ya todos se habían ido y descubrí que mi pie era el doble de grande, además de tener un color morado que, en otras circunstancias me habría parecido adorable, pero en esta era muy enfermizo.

No me quedaba mucho tiempo para meditaciones en el umbral, por lo que me lancé a la oscuridad de la noche con el pie palpitando, doliendo, escociendo, punzando y demás verbos que describan lo molesto de una torcedura.

Ya sé que mi desquiciamiento y pesadumbre suena exagerado, pero tenía que recorrer media ciudad (vivo a una hora y media de mi lugar de trabajo).

No me sentía especialmente complaciente como para viajar de pie, así que me dispuse a ganar un sitio a como diera lugar...

Pero finalmente, mi corazón de pollo cedió ante una viejecita mal encarada, así que me fui con mi gran pie a casa, de pie.

La verdad no sé como hice, pero alcancé a llegar a casa antes de las 10. Tras narrar mi odisea (con más detalles que aquí y con la inspiración de tener a mi familia de audiencia, profiriendo los "Oh" y "Ah´s" que venían al caso), mi papá me vendó el pie y me puso una misteriosa pomada verdosa.

Mi pie ya está un poco mejor, pero tras llevar dos días y medio así, sigo preguntándome como le harán las personas que usan muletas, bastones y sillas de ruedas en esta ciudad... Es realmente muy frustrante tener limitaciones motrices. Uno pocas veces piensa en ello, porque corremos, andamos, subimos, bajamos... sin pensar en todos los tendones, ligamentos, huesos, músculos y demás que lo hacen posible.

Curiosamente, de camino a la oficina, el día lunes iba agradeciendo toda la gracia y esplendor que le rodeaba... Quizá fue una lección para apreciar aún más las cosas que me faltó agradecer. Las cosas pequeñas, como gozar de pasos grandes en pies pequeños.

Me quedan un par de pasos pequeños con mi pie grande. Pero voy hacia adelante. Paso a paso.

D.

1 comentario:

Espaciolandesa dijo...

Imagínate acá, con tanta subida y bajada.

Tengo un estudiante en silla de ruedas y la verdad le batalla bastante.

Sus compañeros tienen que cargar su silla cuando tiene que subir a un segundo o tercer piso.

A veces me lo encuentro en el patio y le preguntó por qué no está en clases y me dice que no hubo quién lo subiera.

En fin, cierto es que vemos el caminar como algo tan cotidiano que se nos olvida lo valioso que es.

Una mujer que caminaba sobre las vías

Se llevó a cabo la fiesta de fin de año de la oficina en la calle de Ferrocarril de Cuernavaca. La verdad yo no ubicaba mucho el rumbo, pero...