Como esas creaturas que no viven, ni terminan de morir, nos exclavizan y arrastran los pies, hay amores zombies en la vida, que permanecen como una maldición, como un embrujo, sin ser de este o del otro mundo; con las uñas sucias y la mirada perdida.
Amor zombificado: a pesar de las heridas, las quemaduras, las cortadas, las balas perdidas... no muere del todo, maldito, asustadizo: verde, medio podrido, maloliente...
Amor zombie que muerde y desgarra, que nos come el cerebro y nos deja el estómago de fuera, que anda con impudicia por las calles, asomando la maldición de su encanto, los ojos en blanco, la boca babeante.
Amores que no son nuestros, que parecen guiados por otros, que nos exclavizan desde el encierro, que nos llevan por caminos de cardos y nos hacen cosechar espinas.
Amor que carece del decoro de la espera, que grita y farfulla en las esquinas, que no sabe de racionalidad, ni de paciencia; que da zarpazos en el aire, dedicado a morder, destazar, dar dentelladas, rasgullar y dejar moretones, sin razones, sin salidas.
¿Quién quiere morir y dejar de ser preso? ¿Quién quiere terminar con esa esclavitud agonizante, que todos ven como una maldición que nos hace ir arrastrando los pies, entre el lodo de la ciudad?
Quiera este amor de abrojos terminar de morirse, descansar en paz, dejar de dar pena, dejar de comerme el seso, de sorberme el coco, de arrasar mis ojos, de no morirme de amor, ni morir de ti, ni de amor de ti, amor.
D.
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