Diversificar, recorrer, entornar.
Dar la vuelta. Dar las gracias. Dar. Ser.
Esperar, esperar. Por años, si es necesario, esperar a que la hormiga se mueva en la pared, a que los pájaros canten, a que la tela de la araña se balancee en el quicio de la ventana.
Perder el juicio lentamente. Olvidando el nombre de los árboles, de los pájaros.
Envecer sin dejar descendencia, sin nada que haya salido de tu interior más que unos cuantos fluídos malolientes y quizá un par de ideas no tan execrables.
La excasa vocación materna que se me cuela de los dedos y va emponzoñando todo con un dulce olor a muerte. Tan triste que es saberse estéril, sólo fértil en palabras, en tinta, en chachareo que acabará cuando todo el ruido se vuelva silencio.
Que dejan los demás, que sea admirable. Esa reproducción (no fotostática, pero si bastante destructiva) que hacen de sí mismos, de sus miedos, de sus obsesiones, de sus tics implacables. A veces miro esos rostros repetidos, esos individuos que pretenden ser únicos con sus dedos regordetos y nada de instinto maternal surge de mis ojos o de mi mente.
Dar. Dar. Ser.
Como si eso no cansara, como si fueramos dados para dar, para darnos. ¿Y sí?
¿Y si no?
Me siento acumulando, egoístamente, tanto de mí.
Inflandome en mi misma.
Irreversible, irremediable.
Irredenta.
D.
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