El juego de los nombres

Al llegar me dieron una etiqueta en blanco. El objetivo era colocar mi nombre. Es decir, esa noche podía ser quien uno quisiera y nadie vendría a reprocharte. Incluso se decía que se invitaba al juego lúdico el poder elegir nombrarse Cleopatra,  Karl Marx o quizá Rumperstinsky.

Y él eligió el nombre de un autor. Y en algún momento de la noche, no sé cuando, ese nombre quedó tirado en el piso.

No sé como se enamora uno de alguien sin nombre. De hecho debe ser por eso, por la ausencia de nombre, que me fue innevitable. Quizá es como uno de esos demonios: al no tener nombre, no es posible dominarlo. Luego, por tanto, ergo... uno se enamora irremediablemente.

La etiqueta con su nombre (falso) quedó en mis manos. La recogí del piso y después la coloqué en una pared, esperando el día (feliz, claro) que se enamoraría también de mi, porque, después de todo yo tenía su nombre (falso).

Lo cierto es que me enteré como se llamaba hasta varios meses después, por un asunto más bien trivial.

Y claro, él ya estaba enamorado. Pero esa es una historia distinta... lo que sucede es que a mi me da más bien por enamorarme del nombre. Y él tenía un nombre tan irresisistible...

Por eso entiendo perfecto que en Desayuno en Tiffany´s, gato se llame sólo gato.

Allí es donde empiezan los problemas.

Por cierto, ¿alguno de ustedes tiene una etiqueta con mi nombre?

D. 

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