Es por ti que quiero hablar

Barthes decía que el discurso amoroso siempre tiene un destinatario.

I.

Tus jeans deslavados
junto a mi deseo
secándose al sol.

Creo que he perdido
el significado de mis palabras
ni siquiera mis besos
recuerdan ya la historia.

Yo, que te besaba tan lentamente.
Tan fuertemente.
Y ahora todos esos besos se evaporan.
Gotas de agua.

II.

Pero la espera...
Ese cúmulo de hoy.
¿Cómo pasan los días?
¿Cómo se le escapan las hojas al calendario?
Engranes de reloj con ruidos chirriantes.
Campanadas que anuncian las horas... detenidas.
Todos los granos de arena de los relojes: petrificados.
Esa sombra del dial solar: cantándole a tu ausencia.

¿Cómo explicarme eso?
Sin tenerte, sin saber como era el sabor de tu piel.
Y aún así, extrañarte, como si me faltara un pedazo de mi corazón
con tu distancia.

Y los días que faltan no pasan...

El filtro del café se rompe
y la cafetera bufa, enardecida.
La mañana anuncia el brillo del sol.
¿Y tu sonrisa? ¿Y tu mirada? ¿Y la ternura de tu voz?

Que desasosiego, que zozobra...
que mar embravecido.

Empaco una maleta llena de trabajo, de calma,
de la voz de los amantes que no tienen ya nada por decirse.
¿dónde habré dejado el tiempo transcurrido?
lentitudes de caracol sin línea de llegada.

Ven ya, regresa.
Deja que el tiempo reanude su marcha,
permite que las flores de cerezo caigan,
yo me quitaré el vestido
y lo dejaré colgado cerca de la ventana.
Será una contraseña para el sol,
para que reanude sus andanzas
sin avisarle al reloj, ni al calendario:
ninguna medida temporal nos hará falta.

D.

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