En el límite

Cuando era niña los límites de mis dominios llegaban hasta donde terminaba la colonia. Más allá estaba "El puente" y luego ese territorio desconocido e inexplorado de "Neza".

Para mí, Neza era simplemente un espacio "cruzando el puente", pero no tenía ninguna connotación negativa. Incluso después, cuando la mayor parte de mis compañeros eran de Neza, me adentré a las calles principales y me movía con relativa facilidad para llegar a casa de mis amigas.

En realidad, pese a algunas advertencias no muy específicas de mis padres (no llegues tarde, no andes sola, ten cuidado), no encontré prejuicios sobre "Neza" hasta llegar a la universidad. Allí fue cuando, al mencionar la ubicación de mi casa, corrían unas miradas compasivas dirigidas hacia mi persona, seguidas de un rápido cambio de la conversación.

Tan determinante parecía el habitar en tal o cual zona de la ciudad, que llegaba uno a pensar que se trataba de algo definitivo. Aún así, a lo largo de mi vida como estudiante había conocido a mucha gente trabajadora: empleados, obreros y profesionistas, los esforzados padres de mis amigos. El objetivo en común de los nezayorkinos que conocía era lograr que sus hijos tuvieran educación.

Aún así, el estereotipo de las personas de cierta zona de la ciudad me llevó a aclarar, después de un tiempo de soportar silencios incómodos, a explicar  que yo vivía "en el límite", es decir, aún dentro de la división política del Distrito Federal. Un leve suspiro escapaba entonces de mis interlocutores. Me pasaban de una canasta de "Fallido" a "en revisión".

Lo que muchas veces intenté averiguar fue: ¿era realmente eso determinante? ¿mi código postal les decía algo de mí? ¿la cantidad de focos en mi techo me hacía una compañera elegible y aceptable?

Dicha distinción me resulta molesta y casi intolerable... pero aún así, siempre caigo en el juego. Ahora cuando me preguntan. "¿Por dónde vives?" murmuro un muy ambiguo "cerca del aeropuerto".  

Sin embargo la realidad parece cercarnos cada vez más, lo que resulta cada vez más preocupante. Hay días en que sí siento que vivo en el límite, como si la tierra fuera a desmoronarse a mis pies o estuviera al borde de un estallido. Quizá siempre he vivido en el límite y soy yo la única que no quiere darse cuenta.

D.

El juego de los nombres

Al llegar me dieron una etiqueta en blanco. El objetivo era colocar mi nombre. Es decir, esa noche podía ser quien uno quisiera y nadie vendría a reprocharte. Incluso se decía que se invitaba al juego lúdico el poder elegir nombrarse Cleopatra,  Karl Marx o quizá Rumperstinsky.

Y él eligió el nombre de un autor. Y en algún momento de la noche, no sé cuando, ese nombre quedó tirado en el piso.

No sé como se enamora uno de alguien sin nombre. De hecho debe ser por eso, por la ausencia de nombre, que me fue innevitable. Quizá es como uno de esos demonios: al no tener nombre, no es posible dominarlo. Luego, por tanto, ergo... uno se enamora irremediablemente.

La etiqueta con su nombre (falso) quedó en mis manos. La recogí del piso y después la coloqué en una pared, esperando el día (feliz, claro) que se enamoraría también de mi, porque, después de todo yo tenía su nombre (falso).

Lo cierto es que me enteré como se llamaba hasta varios meses después, por un asunto más bien trivial.

Y claro, él ya estaba enamorado. Pero esa es una historia distinta... lo que sucede es que a mi me da más bien por enamorarme del nombre. Y él tenía un nombre tan irresisistible...

Por eso entiendo perfecto que en Desayuno en Tiffany´s, gato se llame sólo gato.

Allí es donde empiezan los problemas.

Por cierto, ¿alguno de ustedes tiene una etiqueta con mi nombre?

D. 

Felicidad

-Hoy en día tenemos más opciones que nunca. Pero, ¿somos realmente felices?

La ponente, una conocida escritora de libros de autoayuda, seguía por el camino de la reflexión sobre la sociedad de consumo en la que vivimos y yo tuve la clara imagen de mi madre frente al estante de shampoo del supermercado.

La crisis provenía del análisis cuidadoso (que mi mamá siempre hace, por cierto) de las etiquetas: rizos suaves, rizos definidos, rizos alborotados, rizos ordenados, lacio perfecto, lacio imperfecto, lacio teñido, teñido alaciado, alaciado caramelizado... y algunas categorías que no parecían tener nada que ver con el cabello, pero allí estaban, creando confusión y caos mental.

Ya no sólo los gramos contenidos. El precio. Sino esas promesas - algunas vacías, otras no tanto - de caléndula, nuez, romero, jojoba, manzanilla, miel, nuez, arándano....

Ese repertorio colorido de envases de colores y formas caprichosas elegidas de manera cuidadosa en panes de opinión, con estudios de mercado y docenas de pruebas de ensayo y error.

Tanto dinero invertido con el  objetivo de que mi madre experimentara una crisis nerviosa. -¿Y si me llevo el Caprice?

¿Estamos más cerca de la felicidad, entonces?

Le iba a contestar a la ponente, pero le di un sorbo a mi taza de café con vainilla y pasé al siguiente tema en la agenda...

D.

Palmeras de la brisa rápida, de Juan Villoro

Un viaje suele ser, también un viaje hacia dentro de uno mismo.

El viajero no sabe donde va. El turista no sabe dónde estuvo.

Cuando uno emprende un viaje al lugar de donde vienen las raíces de la familia parece imposible dejar de mirar hacia donde se extienden y de donde abrevan detalles de la personalidad: luego, el viaje resulta autobiográfico en muchas formas. Algunas impredecibles y sumamente aleatorias. Otras fríamente calculadas, como quien hace un efecto en un billar de tres bandas.

Así, Juan Villoro toca en las cuatro esquinas del alma y acierta, finalmente, en el ojo del mundo. En Yucatán.

No sé si llamarle Crónica o ensayo. Me decantaría por llamarlo bitácora, aunque esto también sería inexacto.

El corazón que se vacía en las hojas de "Palmeras de la brisa rápida" no deja sólo teñir de rojo la hoja, sino que nos da un amplio espéctro que va desde esa fascinación gozosa por la cocina yucateca, pasando por los tañidos de las campanas y el rock "contemporáneo" (la obra es de 1988) de la península yucateca, rica también en trovadores y música tradicional.

¿Qué sería de esa llanura sin los cientos de promontorios piramidales? Mudos testigos de las civilizaciones prehispánicas: el asombro de la cultura maya, las buenas costumbres de la sociedad moderna y el feudalismo de los hacendados henequeneros se deslizan entre los dedos, como quien puede acariciar varios siglos en un par de hojas... pues Palmeras de la brisa rápida tiene menos de 200 hojas.

La edición que yo tengo, editada por Almadía, tiene una hermosa cubierta que transforma la palmera con base de ajedrez en un poderoso jaguar mostrando los dientes. Así la belleza ligera de la Península Yucateca muestra los dientes y su lado más filoso en agudas dentelladas que lanza Villoro en su prosa ágil y estilo fluído que no da paso a las dudas.

Hermosa prosa y divertidas frases que se le quedan a uno marcadas como picadura de mosquito, el certero lenguaje de Villoro es un aguijón de abeja africana y sabe a papadzul recién hecho.


Si tienen un par de horas y quieren emprender un viaje, esta es mi recomendación patriótica: vayan a conocer la hermana república de Yucatán.

Cinco estrellas.

D.

Sexualidad e Inteligencia erótica: hallazgos

Cuando anunciaron el tema del estudio principal, una cierta "vibra" recorrió la sala... ¿Inteligencia erótica? ¿Y eso con qué se come? ¿Con fresas o con chantilly?

Todos quisiereamos creer que somos buenos amantes. Sin embargo a veces la realidad nos da en la cara: no dedicamos suficiente al jugueteo sexual y sólo 28% de los mexicanos encuestados dijo sentirse "Muy satisfecho" de su vida sexual.

Y es que, ¿en qué fallamos?

Mentimos, abusamos del otro, lo engañamos abiertamente...

Y nuestras relaciones parecen tener muchos componentes de violencia: ya sea emocional o física.

Entre las mujeres de menor nivel socioeconómico incluso hubo un alto porcentaje que declaró "Nunca haber experimentado un orgasmo" y ser "abusada por su marido", pues a falta de interés de su parte para tener sexo, sus parejas argumentaron sus derechos de esposos para satisfacerse de manera egoísta.

Comunicación, juego previo y hasta las clásicas "caminatas a la luz de la luna" faltan en la vida de los mexicanos...

Y claro, poemas. Por allí debímos empezar.

D.

El nido de la serpiente

Allí, en la tierra, tan apacible que nadie sospecharía nunca, nada.

Allí, bajo el calor del sol y, casi parecería, expuesto totalmente, está el nido de la serpiente.

En su interior duermen hechas un ovillo las nuevas serpientes, esperando dentro de sus blanquecinos huevos el momento exacto de salir al sol. De exponer sus pieles nuevas y reptar por la tierra, su hogar.

¿Quién quiere destruir ese recinto privado? ¿Vas a decirme que no son tiernas con sus pequeños ojitos brillantes y esa forma feroz de abrir la boca, como quien se va a comer el mundo? El huevo de la serpiente es hermoso y ligeramente verde. Es pequeño y tiene unas simpáticas manchitas, que cualquier biólogo miraría encantado.

La serpiente, por su parte, se enrosca cuidadosa sobre sus huevos y mira el cielo azul, permanentemente sin nubes; ella sabe que no lloverá en un buen tiempo. Ella puede olfatear la lluvia y también siente la vibración del aire tibio, lleno de esa arena perniciosa, que se cuela en todas partes.

Ya quisiera uno tener alguna certeza, ya quisiera uno poder alcanzar alguno de esos estados de gracia y paz que alcanzan las serpientes en sus huevos, mientras esperan el momento justo de salir a conquistar al mundo, de clavarle el diente, de llenar con más nidos de serpientes el amplio extenso territorio que un día reclamarán como suyo.

D.

Una mujer que caminaba sobre las vías

Se llevó a cabo la fiesta de fin de año de la oficina en la calle de Ferrocarril de Cuernavaca. La verdad yo no ubicaba mucho el rumbo, pero...